desde ogigia
El desgraciado mitin del PP
La manifestación unitaria de Barcelona la convoca la misma entidad que llenó las calles y plazas de Barcelona dos veces en otro octubre, el de 2017
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Hay muchas capas en el último disparate del PP, en la súbita rebaja a mitin partidario de lo que iba a ser un acto multitudinario contra la amnistía. Señaló nuestro editorial de hace tres días que la iniciativa «no puede limitarse a ser un acto ... de partido. El PP debe apelar a todas aquellas formaciones y colectivos respetuosos con el régimen de libertades de 1978». Parece que el torpe círculo de Feijóo lo hubiera leído para hacer lo contrario: limitarse a ser un acto de partido y ahuyentar a otras formaciones y colectivos respetuosos con la democracia del 78. Se han lucido. A Feijóo ya no le atribuyo nada. Simplemente está 'out' quien en este grave momento de España se muestra dispuesto a negociar con Junts (dialogar es el eufemismo más flojo y desmontable del repertorio político) y se ofrece a buscar el «encaje» de Cataluña, imitando el léxico que desató el 'procés'.
Eso sí, su círculo político íntimo lo eligió él con desatino difícil de igualar. El personaje no tiene tanto interés como para ponernos a dilucidar las razones de su selección, pura falta de criterio o temor a estar rodeado de gente que vale más que él. Sea como fuere, conviene a los que le circundan una profunda reflexión sobre el hábito de dar siempre la razón a su jefe en circunstancias tan críticas como las actuales. Les recomiendo que comiencen su introspección con unas palabras pronunciadas por Alan Brooke siendo mariscal de campo en 1944, refiriéndose a Winston Churchill: «No le odio… le quiero, pero el día que le diga que estoy de acuerdo con él cuando no lo estoy, ese día debería prescindir de mí porque ya no le seré de utilidad» (citado por Paul Tucker en 'Unelected Power, 2018'). Feijóo debería prescindir de ustedes, consejeros del asentimiento acrítico, pero ni ustedes son Alan Brooke ni Feijóo es Churchill.
De Sánchez y de su banda nada puede sorprendernos. En una nueva proyección, han denunciado la llamada de Aznar a manifestarse como un golpe de Estado. ¡Ellos, que están preparando un autogolpe! La verdad es que, de aprobarse la amnistía, el régimen del 78 moriría. El público sensible a las consignas del sanchismo no es gente de letra. Pero, pese a su ignorancia voluntaria, el derecho fundamental a reunirse pacíficamente es el primero que recoge la Constitución en su Título I. El primero del primero. Equiparar su ejercicio con un golpe de Estado es tan estúpido como arriesgado. Sanchismo puro. Si me permiten la expresión, que les den. Por supuesto que todos los que nos oponemos al fin de la democracia del 78 vamos a manifestarnos. En octubre en Barcelona tendrá lugar la primera manifestación de verdad, la primera a la altura del desafío, que solo puede ser unitaria. Por eso resulta desolador que el principal partido de la oposición despierte la esperanza con una iniciativa a seguir por otros partidos y asociaciones, y nos defraude a todos acto seguido convirtiendo el acto en un mitin del PP donde el candidato se dedicará a exponer sus planes. Como en la medicina, lo primero es no hacer daño. Y el PP ha hecho daño a los demócratas españoles. En vez de movilizarnos, nos ha desmovilizado.
Por fortuna, el próximo 8 de octubre se darán las circunstancias para hacer lo correcto y reunir a una verdadera multitud en contra de la amnistía y de la autodeterminación. Es decir, en contra de dos exigencias separatistas que poseen la característica, cada una de ellas por sí sola, de terminar con el Estado democrático de derecho del que hemos gozado desde 1978, para lanzarnos a una aventura oscura y extremadamente peligrosa donde el Gobierno carecerá de legitimidad y la ley no valdrá nada. Con buen criterio, la manifestación de Barcelona, unitaria y a la altura de las amenazas, la convoca la misma entidad que llenó las calles y plazas de Barcelona dos veces en otro octubre, el de 2017. A ninguno de los partidos constitucionalistas se le ocurrió entonces intentar capitalizar la respuesta ciudadana, y precisamente por eso fue un éxito. ¿Lo entienden, consejeros del asentimiento acrítico, círculo político íntimo de Feijóo, aduladores de un señor que llamó a Galicia «nación sin Estado» en el Cercle d'Economia, que ha erradicado la lengua española de las comunicaciones en la Administración gallega, que ha acentuado la especial naturaleza y relación de Galicia, Cataluña y el País Vasco? «Los catalanes, vascos y gallegos nos entendemos mejor, probablemente, que entre otros pueblos», afirmó. Mentira. «La identidad no es un antojo. Galicia y Cataluña tenemos una serie de hechos que nos hacen ser unos pueblos muy concretos, muy determinados, muy perfilados. Si hay pueblos que se pueden entender, esos somos los catalanes, los vascos y los gallegos. Creo que el catalanismo y el galleguismo han sido útiles». Sé que parece increíble, pero las declaraciones están en vídeo, cualquiera puede encontrarlas en la red.
El catalanismo ha sido tan útil que dio un golpe de Estado en 1934, creó una cleptocracia supremacista con Pujol, dio otro golpe en 2017, y dará otro, si no activamos todos los resortes, con la amnistía. Tal medida legitimaría el golpe de hace cinco años y a la vez deslegitimaría al Estado y su reacción de entonces. Arrollaría fatalmente al Poder Judicial. Desprestigiaría y desmentiría oficialmente al Rey de España por haber cumplido con su deber: pronunciarse con absoluta claridad en su discurso del 3 de octubre de 2017. Discurso sin el cual las manifestaciones de los días siguientes en Barcelona no habrían gozado del desbordante apoyo que todos recordamos. Con todo en juego, el PP hace un mitin. El parto de los montes.
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