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La plaza de toros de La Laguna del siglo XIX, pionera en Canarias

Fue el primer intento, en manos de iniciativas privadas, de que el toro bravo y sus tres suertes arraigaran en estas tierras

La plaza de toros de La Laguna del siglo XIX, pionera en Canarias abc

ROBERTO MERINO

No existe crónica más audaz y desbordada que la del mundo del toro. El lenguaje del cronista taurino es un complejo código de muletillas que, cuando están bien trenzadas, se convierten en bellas páginas literarias del papel mojado de la prensa. Las imágenes de este reportaje, añejas y desmemoriadas, se corresponden con la vieja plaza de toros de La Laguna .

Es casi imposible que algún lector recuerde haber pisado ese albero, porque aquella plaza dejó de existir hace más de cien años . También es complicado que alguien la sitúe correctamente en un mapa de aquella Laguna. Este coso, o las fotos viejas que sirven de testigo, datan de 1892. El recinto se levantó tres años antes, cuando todavía no existía ninguna plaza de toros en el Archipiélago.

El intento de que la llamada Fiesta Nacional arraigara por estos lares no vino desde organismos oficiales, sino que fueron iniciativas privadas quienes apostaron por una modesta plaza de toros de madera (al estilo de los cosos peninsulares portátiles, que adornaban pueblos de segunda y tercera en los días de las fiestas patronales).

Este humilde reportero, que en sus recuerdos de infancia alberga la plaza de toros de madera de mi pueblo natal, todavía conserva fresco en la memoria los escalones de aquel viejo coso de tablas desvencijadas al que los muchachos accedíamos con una gigantea, un trozo de la flor del girasol repleto de pipas que devorábamos con fruición en las charlotadas del bombero-torero o en las novilladas sin picadores.

Aquel edificio pionero en Canarias , como decimos, se situaba al final de la calle San Juan, entre esta misma calle y la popular calle Trinidad. El uso de la misma fue el primer intento , vano por otra parte, de que el toro bravo y sus tres suertes arraigaran en estas tierras.

Breve historia de la tauromaquia

El toreo a pie, tal y como hoy se conoce, fue aupado a categoría de popular por los borbones, allá por comienzos del siglo XVIII. Hasta entonces es sabido que el toreo que se practicaba en España era el del rejoneo, es decir, a caballo. Los austrias habían sido grandes aficionados a las corridas de rejones. El toreo cuerpo a cuerpo era entonces despreciado , marginado y mantenido por los aficionados de a pie, aquellos que no eran caballeros, es decir, que no tenían los medios económicos para mantener un caballo.

Con la llegada de la dinastía francesa, el toreo de capote y muleta comenzó a extenderse y los caballos comenzaron a ser utilizados como subalternos del torero. Los rejoneadores siguieron trabajando, pero el concepto de matador de toros cambió radicalmente en el imaginario popular.

En toda esta metamorfosis, Canarias no participó. Lo poco que se conocía de toros bravos en el Archipiélago llegaba tamizado por el blanco y negro de la prensa. No podía existir afición cuando no se contaba con ganadería de res brava propia; traer unos becerros, una cuadrilla de toreros, banderilleros, picadores y un empresario que quisiera arriesgarse suponían un importantísimo desembolso económico que se vería reflejado en el elevado precio de un espectáculo que no se sabía cómo iba a cuajar en la idiosincrasia del isleño.

Crónica de la época

Pese a que la tradición había que imponerla en Tenerife, la novedad del coso taurino sirvió de acicate para que nuevos aficionados se reunieran en el coso lagunero . El periódico tinerfeño La Opinión, (nada que ver con el actual rotativo) publica en abril de 1890: «verdad que enfrente de esas partidas anotadas en el Debe podrá figurar en el Haber una magnífica plaza de toros en medio del atlántico, la profetizada por el general inglés Taylor».

En aquel momento, el único recinto taurino en Canarias era el lagunero. Pero es que antes incluso de que Santa Cruz tuviera su plaza fija , se llegó a plantear la posibilidad de establecer otras plazas de toros en la isla : «De dónde ha partido la noticia no lo sabemos, pero es cierto que alguien ha hablado de un proyecto de plaza de toros en La Orotava, fijándose hasta el sitio de su emplazamiento, que será en las inmediaciones del Durazno. A este paso llegaremos a tener un circo en cada calle», publica con cierta sorna el Diario de Tenerife en septiembre de 1892.

Volvemos al coso lagunero y destacamos que no solo de corridas se alimentaba el ciudadano, «Por mañana anuncia la compañía acrobática del Sr. Deu totti, su segunda función en la plaza de toros. Entre los muchos números de que se compone el programa, figuran nuevos equilibrios del Sr. Núñez, las estatuas de mármol, que tanto gustaron el domingo anterior, el hombre telégrafo, grupos y saltos y una pantomima. Conocido ya el mérito de los notables artistas que componen esta compañía, es de suponer que acuda gran concurrencia a la plaza », publica el Diario de Tenerife en octubre de 1894.

Muerte de la plaza

La construcción de la imponente plaza de toros de Santa Cruz de Tenerife en 1894 deja fuera de juego al humilde recinto lagunero. En 1894 deja de tener sentido esta plaza. Un incendio precipita su fin . Pero la semilla de la polémica ya se había instalado en Tenerife. El periódico El Valle de la Orotava había publicado en octubre de 1891 un incendiario artículo antitaurino.

Entre sus argumentos: «Habiéndose verificado ya en la ciudad de La Laguna, las anunciadas corridas de toros, con éxito imprevisto para el empresario , y cesando por lo expuesto los motivos de prudencia que nos imponían un silencio disculpable, hora es ya de que lamentemos de corazón que en la antigua Salamanca de Canarias –como figuradamente llamó, hace poco, a la Laguna, un aplaudido poeta- se haya levantado, con general aplauso, una plaza de toros, y celebrádose (sic) en la misma varias corridas, ante un numeroso y entusiasmado público».

Y añaden: «Nuestra voz modestísima y escasa de autoridad, se perderá probablemente en el vacío y no tendrá el más débil eco, pero a pesar de eso, protestamos de la implantación del bárbaro espectáculo de las corridas de toros en nuestro país, por creer que existen poderosas razones para ello». Las razones en contra de los toros que propone este rotativo, son: « 1ª. El espectáculo es bárbaro. 2ª.Las corridas de toros corrompen las costumbres. 3ª. Se ataca la dignidad humana. 4ª. En Canarias, son perjudiciales bajo el punto de vista económico».

Esta publicación, curiosamente, corrobora más de cien años después la casi nula afición al «arte de Cuchares» en el Archipiélago a día de hoy. La polémica retransmisión taurina que tuvo lugar el pasado año en TVE, con una corrida de toros en Valladolid, tuvo su menor índice de audiencia precisamente en Canarias, con un escaso 5% de share.

Una afición minoritaria

Buceando entre hemerotecas y hojas de antaño, hemos llegado a una revista taurina publicada en Tenerife. Solo hemos accedido a un número de la revista “El puyazo” publicada en Santa Cruz de Tenerife en julio de 1910. Entre sus letras, se colige claramente que era prácticamente imposible que existiera afición a la tauromaquia en el Archipiélago.

Los matadores, casi todos novilleros, eran de una categoría menor, pese a que en muchas ocasiones fueran presentados como “matadores de toros que han tomado la alternativa en Madrid”, las reses que llegaban se habían descartado en las plazas de segunda y tercera peninsulares. La cuadrilla era generalmente muy escasa, y las condiciones higiénicas de las corridas eran penosas .

Era habitual que muchos caballos perdieran la vida en sus lances frente al toro. Y se llegó a denunciar que la carne del morlaco podría resultar dañina para la salud de aquellos que quisieran probarla.

«Por la escasez de ganado de casta que este año hay en todas las ganaderías a causa del crecido número que el año pasado mandaron al extranjero, no le ha quedado más remedio que tomar lo que a estas fechas queda, el que indudablemente tiene que ser de pacotilla o saldo como vulgarmente se dice; razón por la cual, es muy prematuro prejuzgar de antemano el juego que puedan dar los consabidos moritos en tan desventajosas condiciones adquiridos, y para que no pueda tachársenos de parciales en nuestros juicios, invitamos a la verdadera afición a que examine las revistas aquí llegadas de las corridas celebradas en las principales plazas de la península y seguramente quedará convencida de que por los motivos que dejamos anunciados han sido fogueados en varias de ellas, toros de las mejores ganaderías, y vueltos al corral algunos por defectuosos , faltos de edad y presentación, y si esto viene sucediendo allí desde principio de temporada con ganado escogido con antelación, excusado es decir lo que resultará aquí con el que se trae», denuncia El Puyazo.

Sobre los toreros que llegaban a Tenerife, también la revista hace sonada crítica: «Del resto de las cuadrillas hemos de confesar que los individuos que en su casi mayoría las componen son poco conocidos del público , y por tanto de muy limitado cartel si alguno tienen, y esto no puede ser de otra suerte si se tiene en cuenta en que aquí no pueden venir en esta época toreros de algún renombre puesto que allá en los días que en esta invierten para torear dos corridas pueden hacerlo en tres o más partes».

En dicha publicación, criticaban mordazmente al Gobernador Civil de la isla su falta de rigor en las corridas: «En consecuencia recomendamos al Sr. Gobernador civil por prestigios suyos y por salvar los intereses del público , que con dos días de anticipación haga poner en los carteles y en sitio bien visible, que los novillos son desecho de tienta y cerrado y que los matadores no es cierto que sean con alternativa en Madrid ni en parte alguna, puesto que no la han tomado, como también designar un torero con las suficientes aptitudes para ser sobresaliente de espada para caso imprevisto que en el curso de la corrida se inutilizaran los dos matadores».

En todas las páginas rescatadas se desprende un desarraigo, cuando no una clara postura en contra de la fiesta del toro . Historia chica, costumbrista en todo caso, la de aquel viejo coso lagunero que abrió la puerta de los chiqueros por vez primera en Canarias a un espectáculo que, desde siempre, levantó vivas polémicas entre aquellos que se posicionaron a favor y los que despreciaban y denunciaban la muerte del toro y del caballo en el albero.

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