«No sos vos, soy yo»
Por fin en celuloide la historia del amigo que todos tenemos. Una trama tan real y natural que sorprende que nadie la haya puesto antes en práctica. En resumen, viene a ser el largo y tortuoso camino que atraviesa el lado débil de la pareja cuando llega el desamor y todo lo que ello conlleva.
Se trata de un hombre abandonado por su pareja a las puertas mismas de la boda y del amor eterno, y claro, lo que acontece después: la incredulidad primero, la confusión después, y por fin, la depresión, tremenda y eterna, que amenaza con llevarse la vida entera. Pero en esta ocasión Taratuto ha querido llevar dicho desamor, que todo el mundo ha sufrido, al lado extremo, justo el que sufre el amigote de toda la vida. Es el desamor que prende yesca en el alma y no se logra apagar, la espina clavada más en el espíritu que en el corazón, ése que pasa el tiempo, y pasa y pasa, hasta que uno empieza a pensar que lo de las heridas curadas por el tiempo es una vieja milonga contada por la abuela de turno. Y lo expone Taratuto tal cual pasa, que da igual lo que te diga el amigo, la familia, el psicólogo, el entorno, el mundo entero. Tienes tan metida en la cabeza a la supuesta mujer de tu vida que aunque todos te juren y perjuren que hay más mujeres que botellines, al abandonado todo le da igual, hasta el punto de que amenaza con volver locos a todos los que le rodean. Esa misma desesperanza que acaba dando risa a los no afectados es lo que pone el director sobre el tapete, con el mismo sentido del humor del que lo ve desde fuera, y con la tremenda desesperación del que lo ve desde dentro hasta que los dedos se le hacen huéspedes. Un largo y doloroso trayecto para que al final te des cuenta de que la vida, sí, es una cruel broma del destino y que, finalmente y como suele suceder siempre, la abuela y los amigotes tenían razón: sobre las heridas, el tiempo y los botellines...
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