Suscribete a
ABC Premium

Sta. Lucía, playas y salsa en la falda de los Pitons

Pocos países pueden adjudicarse, como Santa Lucía, el dudoso «honor» de haber cambiado catorce veces de soberanía en solo un siglo. En los 100 años que van del XVI al XVII marinos, corsarios

Pocos países pueden adjudicarse, como Santa Lucía, el dudoso «honor» de haber cambiado catorce veces de soberanía en solo un siglo. En los 100 años que van del XVI al XVII marinos, corsarios, bucaneros, virreyes y gobernadores franceses e ingleses fueron ocupando y rindiendo esta isla caribeña sable en ristre, a golpe de cañón, mosquete e infantería de marina. Fue finalmente Londres quien definitivamente conquistó la isla y por eso hoy, en Santa Lucía, el inglés es el idioma que domina mientras se bate en retirada el francés... más que francés patuá, versión caribeña de la lengua de Victor Hugo. «Desde 1979 -me explica Dominique, relaciones públicas del hotel Sandals Grande St. Lucien- Santa Lucía es definitivamente independiente».

La isla entera tiene aproximadamente la superficie del área metropolitana de Barcelona y no más de 170.000 habitantes. Su costa viene a ser un inmenso cinturón de playas coralíferas que invitan a la contemplación, al descanso y a disfrutar de una oferta turística que -aunque suene a tópico- sugiere en la mente la palabra paraíso. «Ese carácter paradisíaco -me comenta Dominique- es lo que muchas parejas de norteamericanos y europeos buscan para su luna de miel... y aun para casarse. De hecho entre los muchos atractivos de los tres Sandals de Santa Lucía, Grande, Halcyon Beach y Regency, está la oferta de realizar todos los preparativos y casar a las parejas que deciden hacerlo en este lugar».

Lo cierto es que pocos lugares invitan al romanticismo con tal fuerza como los encendidos atardeceres de soles rojos y nubes rosas sobre un mar que lentamente pasa del azul cristal al añil oscuro a medida que el sol desciende tras la línea del horizonte.

Color, vida, salsa

Es imposible en tan poco espacio dar una imagen de la viveza del paisaje y del pintoresquismo de las poblaciones que jalonan la costa. Castries, la capital, cuyo puerto estratégicamente situado fue la razón de tanto cambio de soberanía, es un hervidero de gentes, de colores, una «metrópoli» caribeña que los sábados por la noche sale en tropel a bailar salsa en las calles.

Por no hablar de Soufriere, una ciudad menos «metropolitana», pero mucho más turística cuyas playas son el punto perfecto para admirar los dos Pitons -las montañas de 768 metros de altura (Gros Piton) y 750 (Petit Piton) que inspiraron la bandera de Santa Lucía- que parecen emerger del mar. O la placentera playa de Anse Chastenet, de negra arena volcánica con unos fondos marinos poblados de corales y peces de arrecife. Hasta el modesto Anse La Raye, un pueblo de pescadores en franco declive, donde las redes permanecen deshilachadas tendidas al sol mientras los hombres fuman a la sombra de sus esquifes recordando tiempos mejores en los que abundaba la pesca.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación