Jotas, stripteases y muchas risas

Al Plata». Y el taxista: «Huy, cuanto tiempo hacía que no oía eso». Probablemente desde 1992, cuando el garito echó la persiana. Pero hace dos meses que es posible volver a disfrutar del legendario café-cantante, situado en una calle tan estrecha que sus paredes casi se pueden abarcar con los brazos extendidos (Gasol seguro que puede).
El camarero: «¿Vienes sola?». Pues sí, vengo sola. Por las jotas, el striptease y el on parle français. En la sala con columnas de espejitos, molduras de escayola que simulan mármol, palmeras pintadas en el fondo del escenario y unas sillas que cortan la circulación a mitad del muslo abundan las mujeres. En grupo, con maridos, con novios. Sola, sólo servidora. Como los tiempos han cambiado, lo primero que Carla Torbellino nos dice es que está prohibido hacer fotos o grabaciones con el móvil. Cosa que habría sonado a chino... (a ver si esto va a ser racismo). Otro intento. Cosa que habría sonado a ciencia ficción en una sesión «de la boina» (o en cualquier otra) años atrás.
Carla Torbellino, un travesti que ha salido de la parte trasera de la sala, pide un voluntario para cantar una jota. Se ofrece uno de dentro. Un muchacho de gimnasio que luego hará un striptease y que parece de la compañía de trajes de baño de José Luis Moreno. Se sube a un escenario lateral y se arranca: «Arrecogiendo patatas te he visto el culooooo y si no te lo he visto me lo figurooo». Y sigue, ante el jolgorio general: «Y en la punta del haba tengo un confiteeee y el que tenga cojones que me lo quiteeee». A continuación, el travesti, ya como Juan Carlos, se quita la peluca y la peineta y canta otra jota. Pero en serio. El artista aragonés se quitó peluca y peineta como el que se quita el sombrero para escuchar el himno nacional.
Tras el momento alucinógeno-regional, el número «Cuatro tetitas y dos cafés». Dos chicas con pelucas de corte bob que muy de lejos podrían confudirse con La Maña tardan dos segundos en enseñar las operadas tetas y tres segundos más en mostrar el tralará. Un poco más tarde, una lanzará al público un chorro de leche de efectos especiales. En el escenario, de atrezzo, dos cafeteras Nespresso. Las ciencias, que adelantan una barbaridad. En el negociado del café y en el de la silicona.
Pero lo que más diferencia a este Plata del Plata de siempre son los stripteases masculinos. El más celebrado (y el único que se repite varias veces), el más divertido y el más rápido, el de los tres escoceses con su kilt y nada debajo de las faldas, salvo lo que enseñaban.
Hasta la música que entretiene las pausas tiene gracia: la deliciosa «Sole, pizza, amore» de las Hermanas Benítez, «Poupée de cire, poupée de son» (en español) de la francesa France Gall o «Será el amor» de Conchita Bautista. Y acaban (casi) con «La chica del 17», que sabe a poco y que sirve para presentar a los artistas, los que cantan y los que lo han enseñado todo. Esos chicos más depilados que Michael Phelps y esa chica (Anita Dinamita) que se adorna con una larga ristra de morcillas a modo de echarpe.
El bonus track es ese momento en que sacan a tres espectadores jóvenes, les ponen las faldas escocesas y, arrodillados (Carla Torbellino es uno de los maestros de ceremonias), les bajan los pantalones (sólo los pantalones) mientras cantan «Perdona a tu pueblo, Señor. Perdona a tu pueeeblo, perdónalo, Señor». Y para que la nostalgia siga siendo lo que era, los baños (los de señoras). De seis, uno no se podía ni mirar y dos no tenían puertas. A dos meses de la inauguración. Cabaret ibérico, sí. Wáter ibérico, también.
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