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ABC Cultural

Jesulín recibe el respeto de los aficionados en la tarde de su adiós

ÁNGEL GONZÁLEZ ABADZARAGOZA. El público de la Misericordia trató muy bien a Jesulín de Ubrique en su despedida de los ruedos españoles. A la postre fue lo único reseñable de una corrida plomiza, nada

ÁNGEL GONZÁLEZ ABAD

ZARAGOZA. El público de la Misericordia trató muy bien a Jesulín de Ubrique en su despedida de los ruedos españoles. A la postre fue lo único reseñable de una corrida plomiza, nada acorde con la celebración del día grande de las Fiestas del Pilar. ¿La culpa? Los toros del Marqués de Domecq. No busquen otros culpables.

Pero vayamos por lo emotivo. Jesulín se presentó vestido de blanco y oro, impoluto, como en la tarde de su ya lejana alternativa en la plaza francesa de Nimes allá por el comienzo de los noventa. En esta plaza, todo hay que decirlo, no ha despertado nunca grandes pasiones, si bien aquí se llevó su bautizo de sangre con una grave cornada en sus primeros años de matador, que le atravesó un muslo. Esas cosas, los toreros y los aficionados las recuerdan, y las valoran. Y si sobre esta arena no ha tenido una tarde redonda, ayer se le recibió respeto.

Jesulín vivió una tarde para los suyos. El brindis de su primero, al apoderado Pepe Luis Segura, al que obligó a salir al ruedo a recibir la ofrenda porque la dedicatoria iba de torero a torero. El otro se lo brindó a la cuadrilla. Y entre brindis y brindis se topó con uno del marqués con casi seiscientos cincuenta kilos que llegó parado y con escasa codicia a su muleta.

Con el cuarto, rajado, que salía suelto sin fijeza, estuvo con mayor disposición dejando que el animal buscara los terrenos de chiqueros para así aprovechar mejor sus idas y venidas. Allí toreó por ambas manos y hasta se lanzó a una fase final de efectismos que fue recibida con el entusiasmo de unos y con el recelo de los más puristas. Faltó contundencia a la petición de oreja y el de Ubrique saludó desde los medios una cerrada ovación, que se intensificó cuando el diestro besó un puñado de arena de la Misericordia.

Y del resto de la corrida poquito que contar. El Cid lo intentó con el segundo muy deslucido. El de Salteras resolvió con facilidad y hasta intentó levantar los ánimos alicaídos de la tarde con el quinto, bajito de agujas y terciadito.La faena resultó un tanto acelerada, ayuna de reposo en las series con la mano derecha, y atropellado y con el final de un desarme el intento al natural. Y eso que por ese pitón izquierdo el toro había apuntado buena condición desde el principio.

César Jiménez se aburrió y aburrió. Intentó lo imposible con el tercero y cuando quiso reaccionar con el sexto la corrida pesaba como una losa.

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