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Asalto a Navarra, jaque a España

POR MANUEL ERICEMADRID. Navarra, la deseada. El Viejo Reino, el territorio que por su ubicación geoestratégica fue sempiterna aspiración de las monarquías francesa y castellana; que, derrotadas sus

POR MANUEL ERICE

MADRID. Navarra, la deseada. El Viejo Reino, el territorio que por su ubicación geoestratégica fue sempiterna aspiración de las monarquías francesa y castellana; que, derrotadas sus tropas, quedó incorporado a Castilla en 1515, pero que durante los siglos posteriores fue capaz de concordar un encaje legal y leal de su Fuero como parte esencial de España, exhibe desde hace un siglo una defensa cerrada de su personalidad frente al nacionalismo vasco. Que una quinta parte de su sociedad simpatice con la integración en Euskadi no hace sino avalar otra realidad histórica: que Navarra siempre ha tenido al enemigo en casa. Y que la hoy constitucionalmente singular Comunidad Foral sea la madre originaria de la cultura vasca tampoco contradice la convicción muy mayoritaria de que, además de que ésa es sólo una parte de su acervo, mil años de funcionamiento institucional propio dotan a Navarra de una conciencia regional irreversible. Es esta evidencia histórica la que el nacionalismo vasco trata de subvertir echando mano de «Euskal Herria (el pueblo vasco)», un territorio que agrupaba a Vizcaya, Guipúzcoa, Álava, Navarra y las provincias vasco-francesas, con una cultura compartida pero que jamás existió como entidad jurídico-política.

Expansionismo vasquista

Para el expansionismo vasquista, Navarra siempre ha sido un territorio apetecible y fértil en la más fiel expresión del término: con un autogobierno fiscal y administrativo pionero y engrasado con el lubricante de los siglos; tan amplio como todo el País Vasco y no muy habitado, y con una economía pujante y un envidiable sector agroindustrial. Todo un caramelo para mentes obsesivas.

Pero, por encima de todo, Navarra siempre ha sido un símbolo: el de la unidad de España. Precisamente por el ejemplo de lealtad compartida con el Estado y de convivencia de siglos en el seno de España, la Comunidad Foral es, en este momento, a decir de muchos, un riesgo, sí, pero también el «dique» que puede contener la ofensiva de ETA/Batasuna para arrancar al Gobierno sus principales objetivos. Y quien mejor lo sabe es Su Majestad el Rey, quien, preguntado recientemente por la posibilidad de que Navarra pudiera ser moneda de cambio de una negociación con ETA, espetó al interlocutor: «Navarra no se toca».

Según algunos analistas, el presidente Zapatero no parece contemplar el problema con la misma visión de Estado. En conversaciones privadas, el jefe del Gobierno socialista ha desdramatizado en diversas ocasiones una posible modificación de su estatus con el argumento de que también León se unió a Castilla en una sola autonomía. Una forma de pensar muy atractiva para quien pretende sacar tajada territorial por todos los medios.

El peligro del «proceso»

Aunque el intento de asalto por parte del nacionalismo vasco ha sido constante desde el periodo predemocrático, el llamado «proceso de paz» entre el Gobierno y ETA, virtualmente cerrado pero reabierto en expectativas por Zapatero con un gesto tan significativo como el del «caso De Juana», constituye el aldabonazo más sonoro de cuantos han golpeado la puerta de la Comunidad Foral. La razón es tan simple como macabra: por primera vez son la propia banda terrorista y el PSOE, juntos, los que aguardan respuesta en el umbral.

En términos electorales, la gran novedad es el cambio histórico que está dispuesto a asumir el PSN y las consecuencias de un posible cambio de mayoría en los comicios de mayo. La mayoría absoluta precaria de UPN-CDN y la posibilidad de que socialistas y todo el nacionalismo (esté o no Batasuna) sumen la suya propia, abre la puerta a que pueda hacerse realidad lo que Arnaldo Otegi y ETA reclaman por activa y por pasiva y lo que al menos el PSE se ha mostrado ya dispuesto a asumir: que Navarra y el País Vasco creen un órgano común como primer paso hacia una integración definitiva.

La eventual colaboración con el nacionalismo constituiría un giro radical para uno de los dos grandes partidos no nacionalistas, pero, sobre todo, según UPN y CDN, materializaría una «traición» a la cultura de la gobernabilidad que han protagonizado regionalistas y socialistas desde la Transición, un pacto no escrito consistente en facilitar el gobierno al partido más votado y que ha sido uno de los baluartes para hacer frente al nacionalismo y, en especial, a los años más sangrientos de ETA, en la década de los 80.

La democracia en Navarra es la historia de jaques y defensas desde que en el proceso de configuración del Estado de las Autonomías, en un contexto propicio de confusión fuera y dentro de Navarra, el nacionalismo buscara la primera oportunidad de la mano de Xabier Arzallus. Su presión facilitó la inclusión de la ya célebre Disposición Transitoria Cuarta, que abrió la puerta a una futura anexión pero siempre que los navarros lo ratifiquen en referéndum.

Los navarristas, como el diputado Del Burgo, que participó en la gestación, habían logrado evitar que el nuevo Estado alumbrara una única autonomía vasco-navarra. Además, siempre han sostenido que «la misma puerta que abre una posible anexión la vuelve a cerrarla al incluir el referéndum como seguro de vida».

El intento de anexionar la Comunidad Foral al País Vasco es algo más que la suma de dos autonomías: sería, para muchos, la ruptura definitiva de la unidad de España. Es el gran reto del Estado frente al nacionalismo

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