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Paco Rabal: «Se puede decir que soy un humanista»

El veterano actor, Paco Rabal, asegura que seguirá mientras no le falle la memoria

Debería estar trabajando, como siempre, pero los retrasos de dos rodajes le han regalado unas pequeñas vacaciones con las que no contaba. Un descanso que él, como buen lector, sabrá aprovechar gracias a ese magnífico salón-biblioteca donde tomamos un café con leche y conversamos. Los estantes están llenos de libros con evidentes muestras de uso, y los huecos que dejan en las paredes los ocupan fotografías de amigos que son genios: Alberti, García Márquez, Buñuel... También hay fotos familiares en un rincón; pero no se ven, en cambio, del propio Francisco Rabal. Es significativo y agradable; dice mucho acerca de la poca vanidad de un hombre del que nadie habla mal.

-Cumplió setenta y cinco años el pasado marzo. Cuando era joven ¿cómo imaginaba que sería llegar a esta edad?

-Pensaba que no llegaría a alcanzarla. El año 2000 para mí quedaba tan lejos... Por suerte, mi carrera siempre ha sido estimulante. Vivo para adelante, no para atrás. No me ha faltado el trabajo ni todo eso. Por lo tanto, siempre he tenido ilusión.

-Leyendo sus memorias se diría que nunca ha hecho planes de futuro.

-Nunca. Pero ahora sí: mi plan de futuro es tener dinero y no dilapidarlo, porque tengo gente a la que he de ayudar todavía, y para tener una vejez acomodada, no angustiada. Por eso sigo trabajando, aparte de que me gusta mucho y me lo paso bien. Mientras tenga memoria... Hombre, lo que ya no puedo es hacer películas de aventuras, saltar con el caballo y cosas de esas...

-¿Por qué le gusta trabajar?

-Porque tengo vocación sincera.

-Lo pregunto porque de sus memorias se desprende que el trabajo de actor le vino casi de casualidad.

-Pero lo buscaba. Entré en los estudios de cine como electricista porque era un vehículo para llegar adonde yo quería. Lo que pasa es que el bautismo me llegó a los cinco años de trabajar de eléctrico, y ya estaba un poco desilusionado. Pensaba irme a Australia a cazar conejos, pero me llegó una pequeña ocasión y me aferré a ella como un náufrago.

-¿Nunca se ha arrepentido de algo en su carrera?

-No. De lo que me he arrepentido es de no haber aprendido inglés bien, porque he tenido varias ofertas de Hollywood.

-De Merle Oberon...

-Sí, y también me he perdido «El nombre de la rosa», donde querían que hiciese el papel del monje español. Hay otras películas para las que me llamaron, como «French Connection». Fui yo quien recomendé a Fernando Rey. Me mandaron un telegrama diciendo que estaban interesados, y no hice caso. Sin embargo me llamaron quince días antes, y en quince días no podía tener preparado mi inglés. Siempre me he despreocupado. Merle Oberon me decía: «Yo te puedo llevar a Hollywood». Pero hacía teatro, cine..., y descuidé el inglés. Pero no me arrepiento mucho, porque no creo que la formación de un actor sea Hollywood. Conozco mucha gente que ha estado en Hollywood y se ha ido desesperada, como Alida Valli. Yo lo que tenía que ser era buen actor en mi lengua.

-¿Se siente europeo?

-Me siento del mundo, pero me gusta mucho Europa. Encuentro las cosas más cercanas a mi pensamiento, a mis gustos, a mis costumbres. He hecho una película en Norteamérica, y no me gusta la vida de allí. Esa ambición por el dinero, la predilección por los coches antes que las personas, que no hay casi aceras y si quieres ir a un parque tienes que ir lejísimos. En fin, nunca he tenido una gran ilusión por irme a Norteamérica, pero quizá he hecho mal en no estudiar inglés y no haber aprovechado alguna ocasión como «French Connection».

-¿Hay muchas cosas que usted haya ambicionado y no haya conseguido?

-Algún papel que otro; ese de «El nombre de la rosa», por ejemplo. Dicen que la suerte pasa por la puerta de todo el mundo; lo que hace falta es estar preparado para recogerla. En el caso de «French Connection», si hubiese estado preparado la habría hecho. Luego hice otra película con el mismo director, William Friedkin, pero tuvo muy poco éxito. Sin embargo, Fernando Rey estaba preparado, porque sabía inglés y sabía francés, y tenía que hablar en inglés con acento francés. Ahora, en Francia sí he trabajado mucho.

-Incluso ha hecho de murciano en una película francesa.

-Sí, en «Belle de jour». Pero la película más importante para mí que he hecho en Francia, por la que me han dado un sinfín de premios, es «El otro», «L´Autre», que la dirigió Bernard Giraudeau; pero no se ha visto en España. En Italia también he hecho muchas películas, pero como eran todas muy de izquierdas aquí no venían. Y ahora creo que ya están pasadas.

-¿Le gustaba hacer el cine político que tenía que ver con sus ideas?

-Mucho, pero yo no buscaba hacer ese cine en el extranjero. Me llamaban y, si me apetecía, pues bien. En Italia, los primeros amigos que tuve eran todos comunistas o muy de izquierdas: Pontecorvo, Visconti, De Santis, Ugo Pirro, que es un guionista cojonudo... Trabajé con esta gente, eran mis amigos y todos tenían unas ideas parecidas a las mías.

-¿Echa de menos esas ideas?

-Que no se hayan materializado, que se hayan estropeado. La idea me sigue pareciendo bien. Lo que no me parece bien es lo que han hecho con esas ideas los hombres.

-¿Se siente frustrado o engañado en sus ideales?

-Me he sentido muy traicionado. Hay otras maneras de desarrollar la idea que no sea coartando la libertad o llegando a la dictadura. La dictadura del proletariado se convirtió en otro tipo de dictadura. Pero yo sigo siempre diciendo que la idea sigue. Antes se decía: «El rey ha muerto. ¡Viva el rey!». Ahora se dice: «El comunismo ha muerto. ¡Viva el comunismo!»

-En las paredes de su salón cuelgan fotografías de artistas comunistas de aspecto patriarcal. Paco Rabal, sentado en su sillón con la gorra en la rodilla, parece un patriarca también.

-Es verdad. Mi familia es murciana, y tú sabes que allí existe mucho eso del abuelo, de la familia unida en torno al patriarca. Un poco parecido a los gitanos. Patriarca ha sido mi padre, luego lo ha sido mi hermano y ahora lo soy yo. Mi hermano Damián era muy patriarcal. Yo no lo soy tanto, pero lo soy. Pero he de decir que me falta la envergadura de un patriarca.

-¿Es patriarca con su familia?

-Sí. Mi hermana vive conmigo. Mi hijo vive muy cerca. Mi hija aquí al lado.

-¿Le importa la unión familiar?

-Para mí es muy importante. No soy un hombre institucional, pero la institución de la familia me agrada. Dentro del carácter español hay algo anarquista. No soy institucional porque me parece más hermosa la libertad, no estar condicionado a reglas. Soy una especie de comunista muy sui generis. Soy de la idea. No soy asambleario ni nada eso. Lo que me preocupa es la justicia social. Se puede decir que soy un humanista.

-Supongo que cada vez queda menos gente con la que pueda hablar de esas cosas.

-Es una preocupación universal. Ahora estoy leyendo a Saramago, «Cuadernos de Lanzarote». Esa frase que he dicho antes de los reyes y del comunismo la he tomado de su libro.

-¿En qué ocupa su tiempo cuando no trabaja?

-Ahora hago una vida muy relajada. Por la mañana me ocupo de leer la prensa, hacer algún poema, escribir alguna carta. Luego duermo la siesta. La duermo estupendamente. Duermo unas siestas gloriosas.

-¿De las de orinal?

-El orinal, para mí, es fundamental. Yo viajo con orinal.

-¿En serio?

-Sí, porque meo mucho por la noche. Bueno, estaba diciendo que duermo la siesta. Luego me levanto, me ducho y me voy a pasear; o primero paseo y después me ducho. Y si me fumo otro cigarro, el cuarto del día, es después del paseo, a eso de las nueve. Por eso, que las películas que tenía que hacer ahora se hayan retrasado me da unas vacaciones que no tenía. En el cine es imposible programarte vacaciones, porque a lo mejor pensabas descansar el mes de junio, te sale una película cojonuda, y cómo vas a decir que no. Nosotros no tenemos ni un empleo fijo ni un sueldo fijo. Si no trabajas, no cobras. Ahora cobro una pensión, pero es ridícula la pensión que tenemos los actores. Así, no puedes hacer planes de ir a tal sitio, porque estás condicionado a los contratos.

-¿Se irá a Águilas en estas vacaciones repentinas?

-Ahora en los veranos no voy a mi pueblo, porque Águilas en verano se llena de gente que va de vacaciones y se lo pasa muy bien, cosa de la que me alegro por la economía del pueblo. Es gente joven que va a la playa y luego a la discoteca, y después vuelve a la playa de madrugada y se va con el botellón a cantar y hacer ruido. Pero siempre que puedo voy, más en otoño y en invierno.

-Cuando ve a la gente joven con el botellón ¿echa de menos la juerga o se pone en plan señor mayor ofendido?

-Mi hermana duerme en la habitación que da a la playa y les digo: «Coño, que no le dejáis dormir a mi hermana. Haced el favor de no...» Porque encienden la radio del coche: ¡Bom! ¡Bom! La música esa... Alguna vez sí me he enfadado, porque se lo había advertido ya, no por mí, sino por mi hermana. Mi casa está al lado de la playa, y es un lugar emblemático para llevar a los viejos del Imserso, que son casi de mi edad. Las azafatas les enseñan el castillo, el puerto, no sé qué, y la casa de Paco Rabal. De Pacorabah, como dicen allí, todo junto. «¿Cómo estás, Pacorabah? ¿Cuándo te vas a retirar, Pacorabah?», me dicen. «Cuando esté más viejo todavía. Cuando pierda la memoria».

-¿No tiene problemas de memoria?

-Sólo para recordar algún nombre, pero no para las cosas de trabajo. Tengo memoria para estudiar las cosas de memoria. Me las aprendo para trabajar y las olvido después, porque una vez que lo has hecho es como borrar la pizarra para escribir otra cosa nueva. En el colegio me aprendía las lecciones de memoria. Siempre he tenido facilidad para eso. Luego está la memoria de la vida: la tengo porque la cuento. Es como un chiste: te lo cuentan, te hace gracia, pero si tardas mucho en contarlo se te olvida.

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