Maneras de zamparse a un hombre frío

Qué grandes duelos los que mantienen la mujer fatal y el pipiolo que va a caer en su tela de araña. Desde la mesonera Jessica Lange a la majestuosa Lana Turner, de la viciosa y mullida Kathleen Turner a la «escalofría» Barbara Stanwyck. Tal vez parezca exagerado meter en ese mismo saco a alguien tan aparentemente virginal e ingenua como Laura Smet, que protagoniza esta película de Chabrol, pero su personaje en el interior de este «thriller» tan vistosamente francés y erecto como la Torre Eiffel resulta igual de demoledor que los de esas devorahombres apuntadas más arriba.
Laura Smet (hija de Johnny Hallyday y de Nathalie Baye) modela una de esas mujeres marmóreas, irresistiblemente atractivas y tan chalada como una cometa en un descampado de Tarifa. Ella es el anzuelo, o mejor, el gusanillo que se mueve goloso en el anzuelo, y el besugo es Benoit Magimel, actor habitual de Chabrol que sabe transmitir ese penoso viaje que va desde la más absoluta de las normalidades hasta la peor de las pesadillas. Su creación es magnífica y su personaje se hace mucho más cercano, tocable, que los de Nicholson, MacMurray o William Hurt en «El cartero siempre llama dos veces», «Perdición» o «Fuego en el cuerpo». Incluso marca con mucha exactitud los distintos sentimientos que produce de pantalla para afuera, desde la seca antipatía del principio en su papel de «pijo» tonto, hasta la perplejidad y brumosidad en que se va (o nos va) sumiendo.
Ese duelo entre ellos por la primacía, tanto en su pasión amorosa como en su pugna por situarse en la cima de la película, es un buen terreno para las habilidades cinematográficas del veterano Claude Chabrol, que no «hitchcotiza» la historia original de Ruth Rendell a pesar de los muchos aromas que tenía para ser llevada a ese terreno. Digamos que no brilla tanto en su función de «thriller» como en su función de brutal drama, y es en ese campo en el que se disputan ambos la atención preferente del espectador.
«La dama de honor», que es un título de circunstancias (un detalle menor dentro de la historia), también ofrece ese vistazo habitual de su director a su paisanaje preferido, la burguesía desgastada y aburrida que busca «diversión» bajando a sus propios sótanos.
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