Al-Assad intenta capear el temporal con una retirada a medias de sus tropas en el Líbano
Mientras Al-Assad y Lahoud se reunían en Damasco, unas 30.000 personas se reunían en la beirutí plaza de los Mártires para exigir una retirada total de las tropas

BEIRUT. Las tropas sirias destacadas en el Líbano comenzaron ayer su repliegue hacia el este del país, hacia el valle de la Bekaa. Damasco puso así en marcha la que podría ser la «primera fase» de su salida. Pero el presidente sirio, Bashar al-Assad, continúa sin dar un calendario preciso sobre la retirada total. E intenta capear el temporal con una retirada a medias, y aplazar para tiempos más propicios la negociación de la salida definitiva de sus fuerzas.
En su reunión mantenida ayer en Damasco, Al-Assad y el presidente libanés, el prosirio Emile Lahoud, acordaron que todas las tropas sirias se replegarán al valle de la Bekaa antes del 31 de marzo. Pero no dijeron ni una palabra de la «segunda fase» de la retirada. Esta cuestión será negociada durante el mes de abril, fecha para la que esperan que ya se hayan enfriado los ánimos.
Para entonces, además, se supone que el Líbano debería de contar con un nuevo Gobierno. El actual, en teoría, ha dimitido tras el asesinato del primer ministro Rafic Hariri. La argucia está en que el nuevo Ejecutivo sería elegido por un Parlamento mayoritariamente prosirio.
De aquí el interés de Al-Assad y Lahoud en dejar la negociación para más adelante, para cuando haya un Gobierno amigo. Y de aquí, también, la insistencia de la oposición en que el nuevo Ejecutivo debe ser neutro y estar formado sólo por técnicos, y no por políticos de peso, que inclinarían la balanza hacia Damasco.
Presiones sobre Damasco
Pero, argucias al margen, Siria se enfrenta a una presión insoslayable que ya ha abierto un nuevo capítulo en la historia del Líbano. Una presión internacional que no cede. Y una presión interna libanesa que tampoco retrocede.
Ayer, mientras Al-Assad y Lahoud se reunían en Damasco, unas 30.000 personas se congregaban de nuevo en la plaza de los Mártires, junto a la tumba de Hariri, para exigir la retirada total de las tropas y de la policía secreta sirias. La mayoría eran cristianos, eufóricos, exultantes y vestidos como para una noche de marcha en Chamberí. Aunque también había algunos grupos de musulmanes suníes, que venían en recatadas bandadas de mujeres discretamente cubiertas y de varones de labios sellados.
Hizbolá se echa a la calle
Los chiíes estaban ausentes. Éstos se manifestarán hoy en una marcha convocada por los integristas proiraníes de Hizbolá para todo lo contrario: para rendir tributo a Siria y mostrar que ellos, los chiíes, también existen, que son la comunidad más numerosa del país, y que siguen dispuestos a mantener su fervor fundamentalista, su lucha contra Israel y su hostilidad a los Estados Unidos.
Así es el Líbano. A un lado, cristianos de clase media y media alta, que sueñan con los Campos Elíseos y gritan «soberanía, libertad e independencia». Al otro, chiíes piadosos, pobres y cada día más ligados a los barbudos de Hizbolá. Y entre medias, la minoría drusa, que se ha pasado al bando antisirio; y suníes de los negocios y de los pequeños comercios, que lloran el asesinato de Hariri, también suní y que fuera el mayor potentado del país.
Hasta ahora, todos desfilan bajo la unitaria bandera libanesa. También Hizbolá. Aunque ayer, cuando en mitad de la manifestación sonó el himno nacional, los cristianos repitieron con naturalidad su tradicional saludo: brazo derecho en alto, a la romana, con los dedos índice y corazón en uve apuntada al cielo. Un saludo que en Europa parece algo chocante.
Los pequeños grupos de suníes callaban, y preferían congregarse junto a la docena de palomas aparentemente amaestradas que picoteaban sobre la tumba de Hariri. Una estampa candorosa para un Líbano amenazado por mil turbulencias.
La población, armada
Todos los congregados en la plaza de los Mártires insisten en que no habrá violencia: «El nuestro es un movimiento de liberación pacífico; sólo pedimos que se marchen los servicios de seguridad sirios», nos cuenta Mario, un joven cristiano. Pero por más horror que produzca el recuerdo de la pasada guerra civil, aquí es un secreto a voces que en muchas casas se sigue guardando un arma.
Poco después de que Al-Assad y Lahoud se abrazaran en Damasco, se divisaban los primeros vehículos del Ejército sirio que se desplazaban desde las afueras de Beirut hacia la Bekaa. Su repliegue no implica el fin de la influencia siria. Pero sí el comienzo de un cierto declinar. Ante la inmensa presión a la que se le somete, poco o mucho, pero algo va a tener que ceder Siria.
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