Cancún vive su primer otoño
Uno de los destinos turísticos más populares del mundo y uno de los principales focos de inversión de la industria hotelera española lucha por recuperarse tras el devastador paso del huracán «Wilma»
TEXTO: MANUEL M. CASCANTE CORRESPONSAL
CANCÚN. El color verde ha huido de Cancún, y en sus otrora frondosos manglares se acumulan toneladas de troncos y ramas desgajadas, junto a la laguna Nichupté. Sólo algunas palmeras aguantan en pie. La ciudad, acostumbrada a vivir en una eterna primavera, conoce por primera vez el paisaje otoñal, después de que hace menos de dos semanas fuera azotada por «Wilma», el huracán más potente del que se haya tenido nunca noticia.
Mientras Cancún se afana por sanarse de la catástrofe, su paisaje provoca sensaciones encontradas. Primero, el pasmo ante la violencia del ciclón y el desastre que provocaron sus vientos de 250 kilómetros a la hora, instalados sobre la ciudad durante día y medio. Luego, el asombro ante la rapidez con que la villa cura sus heridas y la vida vuelve a algo parecido a la normalidad.
«El poder de recuperación es mucho mayor del que se puede esperar», confirma Javier Marañón, cónsul honorario de España en el Estado de Quintana Roo y representante de varios intereses turísticos españoles en la zona. «Cancún es una imagen de México -dice-, y tanto el Gobierno federal como el estatal están echando el resto».
Cancún vive del turismo, y sus ingresos proporcionan una buena cantidad de divisas a las arcas públicas. Por Quintana Roo pasan anualmente cerca de diez millones de visitantes, de los cuales, algo menos de la mitad se aloja en Cancún. Estadounidenses, canadienses y europeos (entre ellos, casi trescientos mil españoles) componen su público habitual.
Seguramente por ello, los diferentes poderes públicos se volcaron desde el primer momento con la zona, el presidente Fox a la cabeza. Casi nadie cuestiona la eficacia con que las diferentes administraciones se prepararon para la embestida de «Wilma» ni la determinación con que han acometido la labor de paliar sus efectos. Esporádicos problemas de abastecimiento y algunas quejas contra los tour-operadores no minimizan el práctico «saldo blanco» con que se cerró el balance del huracán: tres personas muertas por la explosión de un depósito de gas.
Pero la naturaleza es sabia y, también, cruel y caprichosa. Así, junto a hoteles impecables en los que no se aprecian ni siquiera manchas de humedad, hoy agonizan establecimientos destrozados, sin vidrios ni techumbre. Un par de zapatos, dentro de una vitrina, es cuanto sobrevivió en la tienda que una conocida firma gallega de ropa disponía en un centro comercial sobre la avenida Kukulkán, en la franja hotelera; el techo se vino abajo, los escaparates volaron y ya sólo queda un amasijo de madera y acero.
Ahora, el sol brilla como de costumbre y las cálidas aguas del Caribe han recuperado su perfecta tonalidad azul turquesa. Pero la fuerza del mar, embravecido por el huracán, dejó sin playa a la barra sobre la que se asientan los principales hoteles de Cancún. Las olas rompen, suavemente, a escasos metros de sus piscinas. La recuperación del albero desplazado por «Wilma» es una de las prioridades para la Administración local. Gabriela Rodríguez, secretaria de Turismo de Quintana Roo, estima que en seis meses se dispondrá de la fina y blanca arena, que constituye uno de los principales atractivos del lugar. Especialistas holandeses ya trabajan en ello.
En Riviera Maya los efectos del huracán fueron menores, y la actividad turística empieza a operar con cierta normalidad.
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