Héroe anónimo
Poco a poco, y últimamente mucho a mucho, la banda etarra se va despoblando de criminales avezados, entrenados y expertos profesionales. A los etarras se les han cerrado campos de entrenamiento, se investigan sus cuentas bancarias para bloquearlas, no encuentran facilidades de refugio en otros países, el rechazo popular es cada día más claro y más enérgico, pierden las ayudas de otros terrorismos disueltos y, sobre todo, la colaboración francesa y los sucesivos aciertos de la Guardia Civil y la Policía española han ido dejando esa manada de alimañas casi nutrida solamente por los alevines de asesino de la kale borroka. Las faltas de precisión, los errores y las imprecisiones se suceden afortunadamente en los últimos atentados de ETA, y se vislumbra un principio del fin del terror.
Una de las características más temibles de los etarras era precisamente su precisión en los golpes. Mataban con «limpieza» profesional y huían con presteza sin el riesgo de ser detenidos inmediatamente después de los atentados. Resultaba desesperante para el ciudadano comprobar con cuánta impunidad y falta de peligro actuaban esos mercenarios adiestrados perfectamente para matar y para huir. Parece que esa característica de destreza para el crimen, que hacía a la banda punto menos que vulnerable en el momento de cometer la acción asesina, se va convirtiendo en todo lo contrario: precipitación, amateurismo, atolondramiento. La banda etarra ha envejecido y los resortes para su renovación y para asegurar el relevo de nuevas levas de asesinos, fallan. Desde el 11 de septiembre, los etarras actúan pero marran.
Seguir sembrando el terror con sus atentados cuando el mundo entero se dispone a presentar lucha al terrorismo, a cualquier terrorismo, supone un gran desafío, pero también un desafío insensato, destinado al fracaso sin remedio. Ya era hora de que el mundo se percatara de esta guerra continua que estaba riñendo y en la que sólo caen víctimas de un lado y además inocentes y desarmadas. No podemos minimizar las consecuencias del atentado. Han sido varias docenas de heridos, algunos de ellos graves, y los destrozos han sido muchos en edificios y en automóviles, y sobre todo, en el susto de las gentes y en la desolación de todos los madrileños. Pero el terrorismo como instrumento para conseguir vindicaciones o utopías políticas está a punto de pasar a la Historia.
Los políticos más fanáticos del nacionalismo vasco todavía no se han dado cuenta de ello, o mejor dicho, no quieren darse cuenta. Cierran los ojos a la realidad y aún encuentran fórmulas más o menos ambiguas, y a veces transparentes, de defender, ayudar y espolear a los terroristas. Y por si fueran pocos y pequeños los obstáculos que deben salvar los etarras a medida que pasan los días, los ciudadanos están cada vez más cansados de sufrir el terror y pierden el miedo a enfrentarse con ellos y con sus cómplices. El terror aterroriza cada vez menos. Ese es el fruto del lógico cansancio de vivir bajo la amenaza y entre muertes y duelos. Llega un momento en que se dice: «Basta ya».
El último atentado etarra en Madrid, en la calle del Cardenal Silíceo, cerca de Corazón de María, es un ejemplo elocuente, y en cierto modo heroico, de hasta dónde puede llegar la colaboración ciudadana en la lucha contra el terror. Y al mismo tiempo es un indicio de que el miedo pierde fuerza mientras se fortalece el ánimo de la ciudadanía para colaborar en la persecución de los terroristas. Ese ciudadano anónimo que ha ayudado a detener a los autores del atentado merece nuestra gratitud y nuestro íntimo homenaje. Desde aquí, yo le envío el mío muy vehemente y emocionado. Pero es mejor que su nombre lo desconozcan los etarras, y en cambio el ejemplo sirve para todos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete