Caliente, caliente
A lo mejor, lo que sucede aquí es que España y la democracia sufren un recalentamiento. El desierto sube desde África, avanza por el sur como un ejército de arenas beréberes, y si el Ebro no lo remedia, dentro de unos años mi tierra de Murcia, la huerta de Europa, será la cabeza del Sahara. Estamos amenazados de desertización y en cuanto pasen unos siglos los celtíberos tendremos que invadir los regadíos de Francia. Dice Jordi Pujol que Aznar es un nacionalista que defiende el toro y la eñe. Lo de la eñe es un ahorro porque otros idiomas necesitan dos letras para expresar ese sonido. Los franceses escriben «gn», los portugueses «nh» y los catalanes «ny», que yo llevo así la eñe en mi apellido catalán. El toro, «media luna las astas de su frente», nos hace falta para raptar a Europa, claro.
Lo que hay que hacer con Europa es tirársela, que es lo que hacen los ingleses. Y además la chulean. No entran en el euro, se van con Bush a bombardear Yugoslavia, nos llenan de vacas locas, nos contagian de fiebre aftosa, meten el «Tireless» en Gibraltar, cierran «Mark & Spencer» y nos han metido en la idolatría del fútbol. España se recalienta y el calor trastorna las cabezas. Por ejemplo, el País Vasco está caliente como un horno, y nadie sabe lo que puede salir de ahí. Fernando Savater afirma que hay una guerra civil en la que uno de los bandos no dispara y sólo pone los muertos. Aparece una biografía donde se asegura que Xabier Arzalluz quiso entrar en «ETA» y no lo admitieron. No estoy seguro. Que quisiera entrar, bueno. Que no lo admitieran, no lo sé.
Entre los concejales supervivientes —populares y socialistas— cunde el desaliento de las dimisiones. En algunos casos será el aburrimiento y en otros el pánico. Es natural, pero la dimisión en cadena es la desertización de la política. Han encontrado lanzagranadas cerca del camino que iba a recorrer Jaime Mayor Oreja para ir a la televisión de Durango. Dice la Policía vasca que los lanzagranadas eran suyos y estaban allí para realizar ejercicios. Pues que hagan esos ejercicios en el camino de Otegui, de Eguibar o del mismísimo Arzalluz. A lo mejor, los lanzagranadas son para defender Durango de la ola constitucionalista. Está todo muy caliente. Por cierto, el Real Madrid acaba de perder la batalla de Lepanto contra el turco. A Cervantes, o sea, a Cela, hay unos jueces que quieren dejarlo manco. Serán turcos.
También los jueces están calientes. Los siete enanitos de «Ekin» que Garzón envió a la madrastra, están en la calle por orden de otros jueces, y entonces Garzón pone a «Ekin» fuera de la ley, que ya estaba. La justicia está que arde. De ella sólo se salva El Hombre Más Rico de España. Lo que me hace más gracia en medio de estas calderas es que a Cela le acusen de plagiar una cosa que se llama «Fluorescencias». Más dimisiones. Sube la temperatura en la UGT. A Cándido Méndez le aprieta el zapato y además se le ha calentado el cerebelo espongiforme y quiere hacer una huelga general. A Ernesto Giménez Caballero le gustaba mucho explicarlo. Juerga viene de huelga. Y candidatura de cándido. O sea, la Desunión General de Trabajadores.
Acaba de morir una chica apuñalada por su novio. La maté porque era mía. Son cosas de la calor. A lo mejor, es que la novia no quiso hacerle el desayuno al maromo. Eso es lo que ha pasado en el Gran Hermano. Leo que una chica llamada Fayna no quiso hacerle el desayuno a un chico llamado Carlos. «Amor, amor, catástrofe», dijo el poeta. Pues eso. Gran Hermano, Gran Paliza. También en el «experimento sociológico» de Mercedes Milá hierve la convivencia. «Magisterio de costumbres» podría llamarse ese programa. Si eso termina a navajazos, que se los den a los organizadores. Caliente, caliente.
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