Amara: «Ongi etorri, Javier»

En diferentes visitas hemos visto como va evolucionando la carta manteniendo sus “grandes éxitos” como el huevo trufado ahora con caldo de cebolla y boletus, servido perfectamente, al punto. O su marmitako que, si inicialmente era con choco cortado en tiras muy pequeñas, ahora es de pulpo y camarón rojo. Ambos muy buenos. Perfectas las croquetas de chipirones con su guiso y con alioli de azafrán , con un rebozado ligero y un sabor suave. En las cocochas de bacalao al pil pil, gana la formidable salsa a la cococha. Y, sobre el plato anterior, triunfa un steak tartar de black angus , perfectamente preparado – sin necesidad de preguntar al comensal- y acompañado de una original yuka, frita en bastón. Por supuesto, como en cualquier restaurante vasco que se precie, si hay merluza fuera de carta no hay que dudar ni un instante y pedirla. Fantástica.

Los postres han cambiado, pero mantienen la materia prima original: chocolate y manzana. Tanto la tarta casera de chocolate con caramelo salado y cacahuetes como, muy especialmente, el crumble de manzana con un helado de nata especiado que le da el buscado toque moruno, son más que recomendables para redondear una comida.

En resumen: un cocinero que sabe cocinar, un espacio decorado de una forma atractiva, un servicio con altibajos – buena atención, pero ritmo lento y paréntesis entre platos no muy justificados- y un menú degustación opcional atractivo y a un precio razonable, hacen de este restaurante un lugar ideal para explorar una carta distinta a lo que solemos encontrar por estas latitudes.