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En la Plaza del Escudo

Paseos con tapa: La Maceta, comer y rascar todo es empezar

El crítico de Gurmé, Vicente Sánchez, narra sus reflexiones centradas en los jardines de la Agricultura antes de tomarse un aperitivo en uno de los bares más concurridos de la ciudad

Fachada de La Maceta, en la plaza del Escudo amgorriz

Vicente Sánchez

Hoy, haciendo tiempo para el aperitivo, me paseo por un jardín lleno de historia y personalidad: los Jardines de la Agricultura (1811) o, como lo conocemos todos los cordobeses, los Jardines de los Patos. Se trata de un lugar afable, bien dimensionado, coqueto, acogedor, lleno de recuerdos infantiles para la mayoría de nosotros. Si nos vamos fijando podemos apreciar una gran variedad de árboles, setos y arbustos como plátanos, olmos, ailantos, acacias, prunos, etc.

Tomo asiento con cierta desolación, a pesar de tener tanta belleza a mi alrededor, en unos bancos corridos, semicirculares, de mampostería, decorados de bellos azulejos de principios del siglo pasado; algunos con inscripciones de pensamientos de Lucio Aneo Séneca. A pesar de que están muy degradados, sucios y abandonados, todavía se pueden leer en ellos las sentencias del filósofo cordobés. Más doloroso fue la desaparición por completo de una pequeña biblioteca hexagonal de 1922 que se mantenía con donaciones de los usuarios y que llegó a contar con una sección infantil y casi 2.000 volúmenes. Era agradable coger un libro y después de leerlo colocarlo de nuevo en su anaquel. Una experiencia cultural que bien podría retomarse en algún momento.

En contraposición desde allí se ve, en la actualidad, un mamotreto arrogante que impide la conexión visual con la avenida de América y el paseo de la Libertad y cierra este bello jardín con una barrera dura e invasiva que no se merece. Servirá, según parece, para mantener los fondos de Biblioteca Provincial; esto, claro está, si algún día la terminan, pues ya se va pareciendo, cada vez más, a las «obras del murallón». Para colmo de males en su lugar había una exultante y colorista rosaleda así como una pequeña torre neomudéjar que tuvieron que ser arrasados en pro de la magna obra.

Desde aquí caminamos, con sosiego y algo de senequista pesadumbre, hacía el Estanque de los Patos, siempre repleto de niños pequeños jugueteando con las palomas y los patos, y dando alegría y color al entorno. Continuamos hacía la entrada principal, dejando a la derecha, el conjunto escultórico dedicado a Julio Romero de Torres y a la izquierda el abandonado puesto de arropías de los añorados Victoria y Sevi.

En seguida buscamos enfrente la calle Alonso de Burgos donde para algunos todavía gravitan los recuerdos del desaparecido hotel Regina. Y al final la plaza del Escudo donde se encuentra nuestra taberna: La Maceta. Se trata de un local de diseño contemporáneo y funcional, muy animado y acogedor, con mesas en la plaza, donde la primera bebida la suelen acompañar, graciosamente, con la «tapa del día». Además ofrecen una gran variedad de ricas raciones, poco habituales en este tipo de establecimientos como musaka, risotto o lasaña, por ejemplo. Me decanto por una cerveza con una tapa de «montadito de jamón con salsa de alcachofas» y brindo por Séneca y su biblioteca para que vuelva a resurgir algún día.

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