Mucho más que un partido
El Sevilla FC - Real Madrid es uno de esos partidos que reivindican nuestro orgullo y decoro
Koundé y Jordán tratan de frenar a Benzema en un Real Madrid - Sevilla FC
El de esta noche en el Pizjuán es mucho más que un partido. Esta frase es uno más de los tópicos que se emplean en el fútbol para convertirte en Boskov y decir pamplinas tan grandes como que fútbol es fútbol. Evidentemente el ... fútbol no es balonmano. Ni tampoco tenis. Es eso, fútbol. Pero el fútbol, como deporte de masivo seguimiento nacional, es también el tanque de tormenta de lo que viene a ser España. De ahí que, cayendo conscientemente en el tópico, os diga que el partido de hoy es mucho más que un encuentro de fútbol. Los enfrentamientos entre el equipo capitalino y lo que sigue representando más allá de Aranjuez en dirección sur, con los equipos que han crecido y se quieren sacudir la subordinación como un estado natural de las cosas, tiene mucho más que ver con el imposible diálogo norte-sur que con el hecho de que Benzema esté intratable. Lo de esta noche es otra cosa. Insisto: es mucho más que un partido de fútbol. Es un ajuste de cuentas entre lo que son y lo que nosotros queremos ser…
Es el sur irredento contra el norte poderoso y prepotente, un choque de trenes entre los que ganan siempre, sin importar mucho la forma, y los que pierden reiteradamente, también sin importar mucho la forma diga lo que diga el VAR . Es el encuentro entre el señorito y el subordinado. Entre la clase alta y la media. Entre el peso pesado y el pluma. Bajo la piel sensible de estos partidos bulle esa tensión histórica de ganarle al poderoso, de doblarle la mano al que siempre te quitó jugadores, puntos y títulos, al club que, mande quien mande, convierte su palco en un consejo de ministros y en un encuentro empresarial de alto standing. La escala es tan desproporcionada en la comparativa que nosotros podemos aspirar a cabrearnos y a decir que el arbitraje perpetrado era para abandonar el estadio. Ellos no tienen esa necesidad. Mandan a los vestuarios de los jueces a un rabanito de acento austral para aconsejarles que hay que ganar como sea, parezca o no un accidente.
También, para ser justos, hay que partirse la camisa y dejarnos ver los complejos que alimentan esta situación desesperante. La desigualdad prolongada crea una viciosa conciencia de perdedor, una especie de aceptación de que no hay forma de darle la vuelta a la tortilla y de que, como en la India, las castas existen y la tuya no es de las llamadas a labrarse un futuro de colores. Un equipo como el nuestro que pelea por situarse en las alturas de la Liga, por pelear en Europa, está obligado a ganar estos partidos no solo por lo que significan deportivamente. Está obligado a rebelarse contra este estado de cosas porque es la única forma en la que, alguna vez, saldremos de ser los pobrecitos y ellos los señoritos. Estamos obligados a rebelarnos contra esta subordinación construida en base a poderes propios y terminales influyentes, porque es el único camino que tenemos para estar arriba, participar de sus banquetes y meter miedo a los que piensan que somos ganado lanar y no nos hemos ganado el derecho a salir del aprisco.
Hoy y siempre que jugamos con ellos, con los que mandan en la capital o en la indecorosa secesión silente, nos jugamos mucho más que un partido y tres puntos. Nos jugamos salir de esa encrucijada histórica donde el sur es tierra colonizable para sus intereses, gracias a no soltar jamás un gramo de poder y por la avanzadilla ideológica de sus peñas. Para ser alguien hay que empezar a subir una escalera larguísima cuyo primer escalón es quererse a sí mismo. Como nosotros queremos al escudo, a la bandera y a nuestro himno. Palanganas, no es un partido más. Es uno de esos partidos que reivindican nuestro orgullo y decoro.
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