Cuaderno de caza
Hibernación de verano
El fenómeno de la hibernación es mejor conocido en animales de sangre caliente
Media veda

Dicen los que lo conocen bien que el urogallo experimenta una especie de enquistamiento o letargo cuando su hábitat se ve azotado por una ventisca o un temporal de nieve, algo común en la alta montaña durante los meses invernales. Posado en ... la rama de un árbol, eriza sus plumas para crear una capa aisladora de aire alrededor de su cuerpo y así puede subsistir en total inmovilidad durante los días o incluso semanas que dure la tormenta, consumiendo un mínimo de energía. El fenómeno de la hibernación es mejor conocido en otros animales de sangre caliente, como el oso, la marmota o el lirón; y por supuesto en animales poiquilotermos como anfibios y reptiles, y también en los invertebrados. Pero existe en otros animales, aunque es muy poco conocida, una reacción similar, si bien motivada por el fenómeno térmico opuesto, el calor, que se conoce en el campo como 'estiaje'.
Esos caracoles que en el umbral del verano trepan a un hinco de alambrada y se pegan a su superficie por la cara norte, permaneciendo ahí hasta que llegan las primeras lluvias, no hacen más que 'estiar', es decir, entrar en letargo durante la estación seca. Como igualmente lo hacen los galápagos, las salamandras y las ranas, que se entierran en el lecho de los humedales cuando estos se secan. También lo hacen los insectos, que desaparecen cuando se seca la hierba de la que dependen para subsistir.
Recuerdo que de niño, en los años buenos de agua, aparecían en la laguna de casa unos extraños y primitivos crustáceos, 'Apus cangriformis', quizás la especie más antigua de la Tierra, cuyos huevos pueden permanecer enquistados y latentes durante años, hasta que las condiciones de humedad e inundación sean propicias para su desarrollo vital. A veces pasaban lustros antes de que los viéramos de nuevo.
También crecí en la creencia rural generalizada de que ocasionalmente las ranas 'llovían' del cielo. En las noches de agua de las primeras tormentas otoñales, que en la Baja Andalucía acaban con el persistente polvo del verano y sellan las grietas del suelo, uno se podía encontrar con la carretera cubierta de ranas, sapos, gallipatos o salamandras, que emergían al olor del agua desde su enterramiento veraniego, desde su 'estiaje', y deambulaban por la superficie lisa y mojada del asfalto. El campesino situaba su procedencia en las nubes que junto con sus chaparrones dejaban caer a estos animales.
Hoy, este fenómeno no se da, por el simple hecho de que las poblaciones de anfibios y reptiles han disminuido drásticamente e incluso desaparecido en algunos casos, gracias a la intensidad agrícola, los pesticidas, la contaminación del agua y las desecaciones y drenajes. Se trata de la pérdida de una porción más de nuestra cultura inmaterial, patrimonio natural-leyenda, que bien valiera recuperar algún día para beneficio de nuestros hijos y nietos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete