ILUMINACIONES
‘Las meninas’, bajo el juego de las miradas
Diego Velázquez juega con la luz, las sombras y el espacio en ‘Las meninas’, una obra con la que nace la subjetividad moderna
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Iniciar sesiónPocas obras en la historia de la pintura han suscitado tantas interpretaciones como ‘Las meninas’, el cuadro de Diego Velázquez. Ortega y Gasset veía en el lienzo una captura de «la instantaneidad», Jonathan Brown apuntaba a una alegoría de la grandeza de la ... monarquía, Emmens ponía el foco en el carácter simbólico de los personajes y Michel Foucault incidía en la disolución del sujeto en la representación.
Como toda gran obra de arte, ‘Las meninas’ es una creación abierta a muchos significados, pero en lo que existe una coincidencia generalizada es en la maestría del autor en la representación del espacio y de la luz, logrando un efecto tridimensional que mete al espectador en el cuadro.
Vemos a la izquierda de la tela al propio pintor con la paleta en la mano. Se ha distanciado unos pasos del lienzo para observar la obra. A la derecha y en el centro del cuadro, aparece la infanta Margarita, rodeada por las meninas, que son dos jóvenes de la alta aristocracia que la acompañan. Junto a ellas, la enana María Barbola y un mastín. Y en segundo plano dos asistentes en la penumbra. Hay una puerta abierta y una escalera desde la que se asoma José Nieto, mayordomo de la reina. Y en el espejo que aparece al fondo, en el centro de la línea de fuga, se reflejan Felipe IV y su esposa Mariana de Austria.
El pintor sevillano logra un efecto tridimensional que mete al espectador en el cuadro
Todo sugiere que Velázquez está pintando al rey y la reina, que no se hallan a la vista del espectador, pero eso es imposible de saber con certeza. El cuadro, y ésta es la gran innovación de la obra, representa un espacio que sólo puede ser percibido por la subjetividad de quien lo mira . De suerte que el lienzo es creado y recreado cada vez que alguien se detiene ante él.
El papel de la luz
Como luego experimentarían los impresionistas, la luz juega un papel esencial en la representación. Un gran ventanal a la derecha de la tela ilumina a la infanta y sus acompañantes, pero también hay otro foco de luz que viene de la escalera y se sugiere la existencia de otra segunda ventana, apenas perceptible en el fondo de la habitación.
Con unos tonos oscuros y sombríos y los juegos magistrales de luces y sombras, Velázquez consigue una impresión de realismo puramente engañosa, ya que todo es artificio en este cuadro enigmático, que revela un orden y un espacio en el que, como subrayaba Foucault, no existe un sujeto de la representación. Todo es evanescente en esta composición.
El cuadro fue pintado en 1656, cuatro años antes de la muerte de su autor. El reino de España había tenido que firmar la Paz de Westfalia , un tratado en el que se consagraba un nuevo orden en Europa tras la pérdida de importantes territorios tras una serie de reveses militares. Tal vez por eso no hay una exaltación de la figura de los monarcas, que son simples reflejos en un espejo.
Humano, demasiado humano
Por otro lado, Velázquez muere diez años después del fallecimiento de René Descartes , el padre del racionalismo y de la autonomía de la ciencia respecto a la fe. Fue Descartes quien sostuvo que el mundo está regido por leyes de la física y la mecánica, algo que concuerda muy bien con el universo que representa Velázquez en el que todo es humano, demasiado humano y material. El pintor sevillano ejercía el puesto de ‘aposentador’, que era un cargo que le otorgaba la responsabilidad de ocuparse de que todo tenía que estar en orden para el bienestar de la familia real. Pese a su proximidad con el monarca, que colgó el cuadro de tres metros de alto en su despacho, Velázquez elude cualquier retrato mayestático de la institución, que es representada en un momento de su vida cotidiana.
En el mundo en el que vivió Velázquez la ciencia desplaza a la fe, los monarcas se humanizan y el arte deja de ocuparse de seres mitológicos y motivos religiosos para mostrarnos personajes de la calle que no tienen nada de épico ni de glorioso. En ‘Las meninas’ es el propio espectador el que confiere sentido a la obra y al que parece apelar Velázquez cuando se distancia del cuadro para mirar a un espacio invisible con el pincel en la mano.
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