HACIENDO AMIGOS
ESO DE LA PÉRFIDA...
¡Pero quién es ya pérfido en esta época tan grosera y tan obvia, tan simplona y procaz!
LO siento, pero me cuesta mucho hablar en serio de Gibraltar con alguien que me saca, que me resucita, que me desempolva de pronto la expresión «la pérfida Albión». A mí es que ese adjetivo me suena como a tebeo. ¡Pero quién es ya pérfido en esta época tan grosera y tan obvia, tan simplona y procaz! La gente hoy es mala, asquerosa, cabrona. Pero ¿pérfida? Yo creo que esa forma del mal ya no se lleva en ninguna parte porque es demasiado refinada y culta. Es de cuando en el bachiller se estudiaba Humanidades. En España, si nos quedaba algo de la perfidia jesuítica, se la cargó la ESO y en Gran Bretaña desapareció con el thatcherismo, que era un victorianismo como de los Roper, de fea clase media y sin el menor glamour. Las damas pérfidas no son de hierro sino de metales más nobles o de porcelana. Pérfidas, lo que se dice pérfidas, eran Cleopatra y Lucrecia Borgia. Pérfida era la Medea de Eurípides o Agripina la Menor, la madre de Nerón, o Dalila, la mujer de Sansón. Pérfida pudo ser la sanguinaria reina Mary (apodada Bloody Mary) que dio nombre al famoso cóctel de tomate, o la Lady Macbeth de Shakespeare, pero no una peña cursi que levanta santuarios a Lady Di y que luego nos tira bloques de hormigón encima o nos manda su roñosa flota de guerra. Lo siento por los propios ingleses, pero la perfidia es otra cosa. Para la perfidia se necesita cierto refinamiento y solapamiento, o sea lo que nos falta hoy a todos en el panorama internacional y en el nacional. La perfidia murió el día en que la nueva Rusia de Putin cambió los venenos sin huella de Rasputín por el polonio 210, que es un tósigo pero a lo Tarantino. Es como si te metieran una central nuclear en el bolsillo, o sea más o menos lo que le hicieron al pobre espía Litvinenco. La perfidia exige discreción y un tipo de armas más sutiles. No es éste un tiempo de traiciones discretas, de dagas y bebedizos sino de horteras que matan moscas a cañonazos.
En la cuestión de Gibraltar, hablar de pérfidos se queda corto y antiguo. Cobra estos días cuerpo la tesis de que el hormigón arrojado al mar de Algeciras es un blindaje para el tendido de un ambicioso cable submarino que seguirá su ruta por el Mediterráneo y permitirá al Peñón no depender de las 60.000 líneas telefónicas que le dio Moratinos. Las beneficiarias de ese plan serían todas las empresas —las del juego online incluidas— que no pagan a España impuestos y que en la Roca superan al número de habitantes. Si nuestro Gobierno, que ha mostrado todas sus cartas, oculta justamente ésa, se equivoca. Porque esa carta es la denuncia moderna de un daño ecológico para varios países y de la fea afición británica a los paraísos fiscales. Más práctico es recurrir a los grupos ecologistas y a la legalidad de la UE que a la viuda Kirchner (yo con ésa no iría ni a por duros) o que usar la retórica de los tebeos de Mortadelo y Filemón —pérfido, cáspita, córcholis, recórcholis....— para fingirnos de otra época que nos remite al fracaso.
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