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Esperanza Pérez Labrador

«Tomé a Galtieri de la pechera y le grité a los ojos: ¡criminal, asesino!»

La dictadura argentina mató a su marido, un hijo y su nuera

«Tomé a Galtieri de la pechera y le grité a los ojos: ¡criminal, asesino!» MIGUEL BERROCAL

ANTONIO ASTORGA

He sido muy feliz, y la felicidad, como la injusticia, nunca se olvidan.

-El 5 de septiembre de 1976 «de-saparecen» a su hijo Miguel Ángel en Santa Fe. Dos meses después, aciaga madrugada: ladridos de perros, pasos, murmullos atropellados de gentes...

-Fue en la parte trasera de nuestra fábrica familiar de zapatos, en obras. Mi marido pensó que se trataría de algún perro que merodeaba por allí.

-Era un comando vinculado a los militares argentinos de veinte individuos armados de odio.

-Entraron en casa arrasándolo todo, pegándonos como perros. Me dejaron el cuerpo como esta mesa: negro. Se calzaron nuestros zapatos. Me sepultaron entre sábanas y mantas. Por una rendija vi el rostro de un tipo hosco con gafas de culo de sifón [culo de botella], Lo Fiego. Nos golpearon con fustas y culatas, y a bocajarro uno de los encapuchados dijo: «Venimos de matar a tu hijo Palmiro».

-¿Cómo se combate la impotencia en ese rapto?

-«¡Si habéis matado a mi hijo, matadme a mí también! ¡Asesinos, criminales...! les vomité. Nos preguntaron dónde teníamos la caja fuerte. Dijimos que «en el banco tenemos todas las trampas». Nos robaron y nos dieron una paliza bárbara.

-«Si dice algo de lo que ha ocurrido, volveremos. Pondremos una bomba y os mataremos a todos», se despidieron los criminales, como recoge Jesús M. Santos en su libro «Esperanza» (Roca).

-Mi esposo se fue a buscar a Palmiro. Yo quise acompañarle, pero él me lo impidió. Me dijo que volvería enseguida. Corrí tras él, pero caí desmayada.

-Nunca más regresó. Los asaltantes fueron a casa de su hija mayor, Manoli [que nos acompaña durante la entrevista] y su esposo Óscar, «Cacho».

-¡Te vamos a entabicar!, les amenazaron.

-Y a las diez de la mañana van a casa de Palmiro.

-Encontramos en el camino a un tío de Edith Graciela Koatz, la compañera de Palmiro. Una mujer nos adelanta la tragedia: «Ha habido tres muertos. Una mujer y dos hombres».

-Su marido, su hijo y la compañera de él.

-Fue terrorífico. Y como ellos, innumerables muertos más, y más de treinta mil desaparecidos. Todas, gentes inocentes, absolutamente, que murieron por sus ideas. ¿Por qué matan por las ideas?

-Haber perdido a su marido, dos hijos, su nuera, y presentarse ante las mismísimas fauces de los dictadores Galtieri y Videla reclamando justicia, como usted hizo, es una lección inmortal.

-Todos los días iba al edificio del Segundo Cuerpo del Ejército a que me recibiera el general Galtieri. Pasé varias noches en vela. Un día me situé entre los quince o veinte primeros. Y cuando me iba a tocar los soldados me dicen que se terminó la jornada.

-¿Y qué hizo?

-Me colé, y me planté: «No me muevo. Dormiré colgada del árbol hasta que Galtieri me reciba».

-Y de repente, un tipo atildado se dirige a usted.

-Era Galtieri. Al decirle que buscaba a mi hijo Miguel Ángel me contestó: «A usted, señora, le pasan entonces muchas cosas». Y añadió: «La muerte de su esposo fue un lamentable error, pero sus hijos eran montoneros». Y grité como nunca lo había hecho: «¡Si todos los montoneros son como mis hijos, pues vivan los montoneros!» «¡Me mata!», dije. Sin miedo. Me dirigí a él, sentado en su butaca, le agarré de la guerrera, le tomé de la pechera, le miré a los ojos y le grité como nunca: ¡criminal, asesino!».

-También le plantó cara al dictador Videla.

-Me dijo: «Usted nació en Cuba; debió de comer mucho arroz». «¡Todo el que me dio la gana!», le contesté. Al ver mi origen español, espeta: «Allí han tenido al más torturador del mundo». Respondí: «Ha sido tanto como ustedes, pero más asesino no».

-Gracias a usted, el juez Garzón comenzó el proceso para encarcelar a los dictadores argentinos.

-En España hacen falta la justicia y la dignidad que Garzón nos ofrece. Hoy vienen personas de Argentina para que el juez les firme un ejemplar del libro. Las víctimas estamos en deuda con él.

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