punto de fuga
La matraca del federalismo
Es sabido, nuestros socialistas no quieren estar ni con España ni contra España. Una exquisita equidistancia identitaria , ésa tan suya, que les obliga a agitar sin descanso su sonajero favorito, el del federalismo
Igual que en tiempos se quiso marxista, el partido socialista de aquí ha devenido aristotélico en su idea de la nación. Así, el viejo principio del justo medio, tan caro a los teólogos escolásticos de la Edad Media, se ha convertido en el fundamento filosófico de cabecera de Rubalcaba, Navarro & Cía. Es sabido, nuestros socialistas no quieren estar ni con España ni contra España. Una exquisita equidistancia identitaria , ésa tan suya, que les obliga a agitar sin descanso su sonajero favorito, el del federalismo. Algo que Jiménez de Asúa llamó el "fetichismo de un nombre" cuando las Constituyentes de la República. Pues no otra cosa que puro fetichismo nominalista es el empeño gratuito de ansiar convertir en una federación de “iure” a una nación, España, que ya lo es “de facto”.
Albert Camus sostenía que cada nueva generación se sentía obligada a rehacer en mundo. Nuestros socialdemócratas locales, más prosaicos, se contentarían con poner la estructura del Estado patas arriba cada veinticinco años. Helos ahí, de nuevo con la cansina matraca del federalismo. Como no hay, al parecer, otros asuntos con los que entretenernos y pasar el rato, el PSOE y su desquiciada franquicia catalana plantean transformar los diecisiete estatutos en otras tantas constituciones de los estados miembros de la federación española. Ocurrencia que impondría reformar todos y cada uno de los diecisiete en el Parlamento. Amén, claro, de convocar un seguro referéndum a escala nacional al objeto de modificar la letra y la música del Título VIII de la Constitución. Algo que acontecería tras haberse alcanzado el consenso imprescindible que exige una mayoría cualificada de dos tercios en el Congreso, además de la absoluta en el Senado. Todo por una pueril cuestión de nombres. Un empeño, huelga decirlo, inútil a efectos de complacer al catalanismo. Al cabo, se llame como se llame, jamás los nacionalistas asentirán a orden jurídico alguno que consagre el principio de igual entre los españoles. Ah, la matraca.
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