lluvia ácida
La barba
La barba descuidada está de moda, y en semejante desaliño no sé si no hay que ver el síntoma de una época que no proporciona motivos para afeitarse por la mañana
David Gistau
DE Beatriz Manjón es la autoría de la frase más divertida de la semana pasada: a ciertas mujeres les gusta la barba, dijo, porque en ella «anidan habilidades para el bricolaje». De lo cual, abrumado por la expectativa, concluyo que, o me afeito la mía, ... o aprendo a montar estanterías. Sospecho que Manjón ocultó detrás de un eufemismo discreto, doméstico, lo que en realidad es otro tipo de sugestión mucho más primitiva. La que hizo famoso a Sébastien Chabal sólo por dejarse una barba que completaba una estampa de perfecto cavernícola en cuyas manos el balón de rugby evocaba el sílex de derribar bisontes. Chabal, con esa mirada que vale lo que una haka de los All Blacks, pasó inmediatamente a ser modelo de revistas femeninas, donde lo retrataron incluso en actitud de proteger a rugidos un bebé, como resumiendo todas las fantasías del macho proveedor bajo la improbable bóveda cavernaria de la rue Montaigne.
En las películas de Rock Hudson, la barba estaba asociada a la cabaña de pesca a la que uno se iba para huir de los protocolos de la ciudad. Como si la libertad consistiera en obtener permiso de desaliño. Como si dejar de afeitarse fuera el primer gesto de ruptura del hombre que ansiara un regreso al estado de naturaleza en el que pudiera atender todos esos instintos divertidos por los que Greystoke añoró la selva en cuanto lo metieron en un frac. Vengo de ver a Jabois, y está el hombre muy descontento con la barba que le han perfilado en una peluquería, más próxima a Jorge Javier que a Jim Morrison o el hipster, por lo que tendrá que encerrarse en un sótano lo que tarde en asilvestrarse de nuevo para no sufrir una irreparable pérdida de grupies y de textura literaria.
La barba descuidada está de moda, y en semejante desaliño no sé si no hay que ver el síntoma de una época que no proporciona motivos para afeitarse por la mañana. Coincide que, con la llegada del otoño, he visto en la calle varias chaquetas de flecos como las de Davy Crockett, todavía sin gorro de castor. Por lo que tal vez resulte que las tendencias ya han digerido un futuro en el que todos nos veremos sobreviviendo como tramperos. O, barbudos, dibujando rasgos a un balón para tener con quién hablar en el naufragio de todas las cosas. Todo estaba ya explicado en el ensayo de Norman Mailer acerca del negro blanco, del hipster en su acepción original. Mientras los veteranos de guerra, incapaces de integrarse en la paz, se alojaban en el 1% de las bandas moteras, los existencialistas de la ansiedad apocalíptica se dejaban barba y viajaban de polizones en trenes de mercancías para otorgar categoría contracultural a la inadaptación y el reproche. Aunque ahora entra la barba de Rajoy, y me arruina el artículo.
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