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Cómo perder de vista al perro

Los perros no siempre quieren a sus dueños como son, en contra de lo que se cree. Otra cosa es que los aguanten, y a las pruebas me remito. Si el pobre Barney no ha abandonado aún a George W. Bush, es

Los perros no siempre quieren a sus dueños como son, en contra de lo que se cree. Otra cosa es que los aguanten, y a las pruebas me remito. Si el pobre Barney no ha abandonado aún a George W. Bush, es porque se ha aburguesado y no se ve fuera de la Casa Blanca.

Demasiado sabe lo dañino que resulta para su reputación protagonizar junto a su dueño cada navidad el mensaje televisado a la nación. Maldita gracia le hacen las garrapatas de su amo, fenómeno inquietante donde los haya. Pero, ¿qué va a hacer el pobre Barney? Pues apencar con la manada en la que le ha tocado rozarse.

Esta resignación canina es la que le falta a ese otro mamífero bípedo, malaje y malasombra, mal rayo lo parta, que en verano abandona a su perro. Es un tipo que se vio sorprendido el mismo día de Reyes porque no había sospechado que un regalo excretara. En seguida descubrió con horror que el bicho necesitaba pasear, comer y beber varias veces al día; es lo que tienen los seres vivos, por más que vengan con lazo. Para colmo, al llegar las vacaciones, repara en el incordio de cargar con el perro, y ve llegado el momento de maquinar una desaparición forzosa de factura pinochetista. Aquí no hay paños calientes que valgan: abandonar a un perro es una crueldad en la que ni Hitler incurrió. Aunque pensándolo bien, el ejemplo no sirve, porque se trataba de un pastor alemán. Otro gallo le hubiera cantado al can de no haber sido ario.

Lo cierto es que hay perros de los que resulta más sencillo deshacerse, verbigracia el chihuahua de Paris Hilton. La buena mujer lo perdió hace un par de años y, sumida en el desconsuelo, empapeló las avenidas de carteles con su fotografía. Explicó asimismo que para ella era como un hijo, equivocación que sólo puede achacarse a un estado mental de indocumentación profunda. Finalmente, hasta se ahorró los 5.000 dólares de la recompensa, porque resultó que el chihuahua se le había olvidado en casa de su abuela. Y allí estaba, tan ricamente, como corresponde.

Pero la solución Hilton sólo sirve cuando el can pesa más o menos como un chuletón. De hecho, tras el trauma, el perro se puso a engordar, como reivindicando su visibilidad, momento en el cual la rica lo despachó, porque el régimen de adelgazamiento le costaba demasiado caro. Se ve que lo quería como a un hijo flaco.

Otro modo de hacer desaparecer al perro, muy en boga in illo tempore, es subirlo al Sputnik 2. Ése fue el destino de la perra soviética Laika, primer ser vivo que orbitó la tierra, allá por noviembre de 1957. Presenta numerosas dificultades, porque no todo el mundo dispone de nave espacial, ni del tiempo necesario para los entrenamientos previos. El éxito en la operación, no obstante, es del cien por cien. Laika murió flotando en el espacio, que no es muerte perra.

A las gentes normales, no demasiado malvadas, desbordadas por las complicaciones, y que carezcan de cohete, siempre les quedarán los familiares, los amigos y las residencias. Todo menos abandonar a un animal del que se acaba uno encariñando, aunque sólo sea por el roce. Si lo sabrá Barney.

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