«Duele mucho ver a gente en soledad»

A Dario se le pone un enorme gesto de placidez cuando nos dice: «Sí, hemos recuperado a muchos y hemos reiniciado el proceso de acercamiento a su familia». Sin embargo, las cifras siguen siendo estremecedoras: en Madrid capital hay 600 personas que duermen en la calle porque carecen de techo y 1.500 que tampoco tienen hogar pero que llegan a tiempo de cobijarse en un albergue municipal, hoy abarrotados.
Dario Pérez Madera, 50 años, casado con una profesora y padre de dos hijos, es el jefe del Samur Social desde que se creó este servicio, en 2004. No le gusta que se le compare ni con un ángel ni con un héroe. Tampoco se vanagloria de estar hecho de una pasta especial, como los toreros. Cada día se chupa un montón de historias trágicas, tristes y desgarradoras. Su labor, como trabajador social que es, le lleva a atender indigentes que han perdido todo, desde la familia y el trabajo hasta el rumbo de sus vidas. Y eso le duele. Le deja huella.
«La calle -dice- es muy dura. Lo que más me marca son las personas solas. Nosotros estamos unidos a la realidad y somos testigos diarios de la marginación y la exclusión social, pero no podemos venirnos abajo. Somos profesionales y estamos entrenados. Además, tengo la suerte de contar con un equipo de gente muy motivada. Y eso ayuda. Te diría que soy como un director de orquesta y tengo muy buenos músicos».
La soledad es, para Dario, el peor de los males. Antes de pilotar el Samur Social, fue el director del albergue municipal «San Isidro». Y nos confiesa: «Fíjate si me duele la soledad ajena que me propuse buscar una solución al hecho de que nos muriera un indigente en el albergue y su féretro fuera al cementerio solo y sin flores. Conseguí que, cuando esto ocurría, pusiéramos un autobús para que los indigentes que quisieran, pudieran acompañar al fallecido hasta su última morada».
No tiene muy claro qué es más duro si encontrarse tirado en la calle a un joven o a un anciano. Pero su respuesta lo dice todo: «Al joven, en teoría, le queda mucho recorrido. Y te rebelas por verle en medio de la nada. El anciano ya tiene el recorrido hecho y te preguntas si es justo que llegue a esa edad con la soledad como compañera. Al final, sientes que ni uno ni otro se merecen esa vida».
Luchador nato, Dario procura encauzar, a base de cariño y esfuerzo, a quienes han tirado la toalla y no ven salida a sus vidas. «Es cierto que muchos no quieren retomar su vida. Han caído al fondo. No tienen fuerzas para salir. Ahí es donde tenemos que echar el resto; con comprensión y, por descontado, con recursos».
Para no desuncir, Dario también da clases de Trabajo Social en la Universidad Complutense. «Es la mejor forma para transmitir vida a los alumnos», dice. Con unos pocos Darios más como éste, el mundo sería más llevadero. Y más solidario. Sin duda.
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