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ABC Cultural

Woody Allen sube a la red como un jaguar en «Match point»

Con seriedad nórdica y pequeños hilos de tragicomedia, el incombustible Woody Allen presentó ayer en Cannes, fuera de la competición, su película «Match point», tan cercana como otras suyas a una obra de arte

CANNES. La inteligencia, la madurez, el genio, la gracia, la profundidad envuelta de ligereza, la perfecta diagnosis de sí mismo, de los demás y de su tiempo. Son sólo algunas de las virtudes de Woody Allen, o de su cine, que ayer se dejó ver de nuevo en forma de «última película», ese concepto tan poco novedoso tratándose de él, pues se pasa la vida haciendo «últimas películas». Esta se titula «Match point» y es, sencillamente, genial, pero, ademas de eso (que se le da por supuesto), es terriblemente seria, trágicamente lúcida y moralmente tan afilada que lo más fácil es cortarse el propio gaznate con su tesis, que es al tiempo antítesis y, por supuesto, síntesis. La historia arranca, por decirlo de algún modo, de una red de tenis. La bola da en ella y puede caer hacia un lado de la pista o hacia el otro. Si cae hacia el otro lado, buena suerte: ganas; si cae en el tuyo, mala suerte: pierdes. Así de sencillo. La vida colada por el fino tamiz de una red de tenis. Esta exposición llana, casi pueril del azar y su vital importancia es lo que a continuación se encargarán de sublimar y hasta contradecir sus personajes: un profesor de tenis, una aristocrática familia inglesa, una joven americana que busca desesperadamente entrar en ella por vía matrimonial con el hijo... En fin, la comedia de la vida y las reglas del juego se apropian de la pantalla: amores, amistades, ventajas laborales, ascensos sociales, tensiones, rupturas... La bola escarlata Woody Allen maneja los hilos de esa trama y sus «marionetas» se mueven con gracia y con estilo para dictarnos sus proverbios sutilmente amorales: ya sabes, hagas lo que hagas, todo dependerá de a qué lado de la red caiga la pelota... Como suele ser habitual en el último y penúltimo cine de Woody Allen, un golpe de timón hacia la mitad, o así, de la película se la lleva a unas aguas completamente distintas. En «Match point» lo que podría ser una acuarela social en tonos pastel se convierte, de repente, en una pintura rotundamente negra: como si Patricia Highsmith le hubiera dado un bebedizo a Woody Allen, este nos convierte a todos en una especie de Tom Ripley. Una de esas intrigas a la contra, en la que se le obliga al espectador indefenso a ponerse en el lado del asesino y convirtiéndolo en cierto modo en cómplice. El asesinato pasa de ser una de las bellas artes a un bolazo en el canto de la red y que la dejara (la suerte) a un lado u otro de ella. Del fabuloso canastillo de actores que, como siempre, pone en escena sus películas, lo primero que se ve, y se nota, es su ausencia. No está Woody Allen, probablemente, porque su imagen frenaría la terrible seriedad de lo que cuenta. Y tras eso, lo que más se nota es que sí está Scarlette Johansson, que interpreta el papel de bola y de red y, en cierto modo, también el de raqueta y contrincante. Esta actriz es físicamente abrumadora, y eso es lo que necesitaba el pícaro Allen para establecer las reglas de su juego y sus partidas de dobles. Jonathan Rhys Meyers, Brian Cox, Emily Morer y un medianamente amplio elenco de excelentes actores británicos completan este puzzle sentimental, vital, social, sexual y criminal.

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