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Andreu Nin, un esqueleto incómodo

El silencio del Ejecutivo socialista, intentando que no le salpique ahora el barro de las fosas de la Guerra Civil, es aún más llamativo si se recuerdan las palabras de la Vicepresidenta del Gobierno

El silencio del Ejecutivo socialista, intentando que no le salpique ahora el barro de las fosas de la Guerra Civil, es aún más llamativo si se recuerdan las palabras de la Vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, en el debate de totalidad sobre la Ley de Memoria Histórica, el pasado 31 de octubre: «Es una ley que se pone del lado de todas las víctimas», decía.

A pocos días de las elecciones, el verdadero espíritu de la Ley de Memoria Histórica afloraba macabramente en la fosa de Alcalá de Henares, con unas víctimas inoportunas, inesperadas y probablemente incómodas.

Y es que Alcalá, ciudad natal de Azaña, fue zona republicana durante toda la contienda, base soviética en los duros meses del asedio interior y exterior de Madrid, destino de los convoyes de la muerte vaciados cruentamente en Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz, y diócesis de más de cuatrocientos religiosos martirizados por las milicias de la República.

Fosa ocultada

El Gobierno socialista, que en la Ley de Memoria Histórica se comprometía a facilitar todo tipo de información, incluidos mapas, sobre la localización de fosas comunes, ocultó la hallada en Alcalá durante un mes. La fosa es descubierta el pasado 11 de febrero por una excavadora que trabaja en el reforzamiento del perímetro de seguridad del futuro cuartel general de la Fuerza Ligera del Ejército de Tierra. La primera impresión es que se trata de una fosa de la Guerra Civil, por el estado de los restos humanos, que parecen corresponder a unas nueve personas.

Los testigos del hallazgo quedan impactados por el amasijo de huesos en el interior de la fosa, en cuyo fondo hay dos cuerpos compactados, confundidos el uno con el otro.

La situación de los restos denota acumulación apresurada, sin orden. Uno de los cráneos aparecidos presenta un orificio de bala. Hay también dos tibias fracturadas. Alguien se atreve a hablar de supuestas torturas. Otros testigos comentan extrañados la aparición de dos fémures clavados en el fondo de la fosa, en perfecta verticalidad. ¿Alguien pudo ser enterrado vivo?

El hallazgo de esta fosa, de cuya existencia ABC es el primer medio en informar, ha despertado la máxima expectación ya que el lugar está estrechamente vinculado al secuestro y asesinato, en junio de 1937, de Andreu Nin, líder del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), a manos de los agentes secretos de Stalin, ante la pasividad del Gobierno republicano y la directa complicidad de cargos públicos y dirigentes comunistas.

Andreu Nin, hasta diciembre del 36 «conseller» de Justicia de la Generalitat catalana, estaba en el punto de mira de los agentes de Stalin desplegados en España: había llegado a proponer que Cataluña diera refugio a Trotsky, exiliado en Francia. Los combates en Barcelona de mayo del 37, entre poumistas y anarquistas contra la Generalitat y los comunistas, precipitaron las órdenes de Stalin para liquidar al POUM, considerado una amenaza para la seguridad y los intereses de la Unión Soviética.

No se le volverá a ver

Alexander Orlov, jefe en España de la NKVD, la policía secreta de Stalin, lo tenía todo listo. En connivencia con los más altos responsables de la Policía republicana en Madrid y Barcelona, los comunistas Ortega y Burillo, situó a Nin en el centro de una falsa trama de espionaje al servicio del bando franquista. A una orden de Orlov, se desencadena en Barcelona la operación policial contra dirigentes y militantes del POUM. Nin es detenido el 16 de junio al salir de una reunión del comité ejecutivo del partido en el Palau de la Virreina. Ya no se le volverá a ver más.

El inspector general de prisiones, José Garmendia, peneuvista, amigo del ministro de Justicia, Manuel de Irujo, tiene información de que Andreu Nin está detenido en un lugar defendido por fuerzas militares. Así se lo hace saber confidencialmente a Julian Gorkin, otro dirigente del POUM. Garmendia le dice que para liberar a Nin habría que emplear tropas de choque, y que el Gobierno de Negrín no está dispuesto a hacerlo.

Gorkin piensa entonces que Nin debe de estar recluido en El Pardo. Otros han pensado también en Albacete, base de entrenamiento de las Brigadas Internacionales. Al ministro Irujo le aseguran todos los directores de prisiones que Nin no ha entrado en ninguna de ellas. Así se lo dice también el responsable de la prisión alcalaína.

Pero quienes conocen la verdad saben que Nin ha sido conducido a Alcalá. Sus secuestradores han elegido un lugar en el que se sienten absolutamente seguros. Un lugar en el que a nadie, ni siquiera al Gobierno republicano, se le va ocurrir actuar contra ellos. Albacete es un sitio comprometido porque en la base de las Brigadas hay demasiados testigos incómodos: anarquistas italianos, trotskistas alemanes... En Alcalá, por el contrario, los agentes del NKVD se sienten realmente como en casa.

Colonia soviética

Alcalá es una auténtica colonia soviética, con jefes de escuadrilla, pilotos, telegrafistas, mecánicos rusos. En toda la España republicana, no hay mejor sitio para intentar sacar a Nin una declaración autoinculpatoria y para torturarle hasta la muerte si se niega a confesar sus crímenes contra Stalin y contra el pueblo. E incluso para hacer desaparecer su cuerpo.

Orlov ha pensado en todo, y por eso retiene a Nin en el único sitio que el Gobierno no se atreverá a violar en caso de que, por la presión interna y externa, intente liberar a su prisionero.

Ese sitio es un recinto sagrado, donde el Gobierno de Negrín venera devotamente a los ángeles custodios que le llevarán a la victoria: los aviones que Stalin le está vendiendo a la República a precio de oro.

Se trata del aeródromo «Barberán y Collar», creado al noreste de Alcalá antes de la guerra. Los terrenos de este aeródromo ya desaparecido, sobre el que se levanta el campus de la Universidad de Alcalá, lindan hoy con el actual acuartelamiento de la Bripac. Este hecho puede arrojar nueva luz sobre el «caso Nin», ya que éste podría haber sido torturado y asesinado, e incluso sepultado, en el «territorio soviético» mejor blindado de toda la España republicana: el aeródromo de Alcalá. Desde el 5 de noviembre de 1936, este aeródromo se convierte en la base de los cazas Polikarpov I-15, los célebres «Chatos».

Hasta julio del 37, en que llega de Moscú la primera promoción de españoles adiestrados en el manejo de estos cazas, las escuadrillas de la base de Alcalá están comandadas y pilotadas mayoritariamente por rusos.

El asalto imaginario de Hitler

El propio Negrín debe de saber que si intenta liberar a Nin se juega el apoyo material de la URSS. Un ataque de sus fuerzas a un aeródromo militar soviético sería el fin de la ayuda de Stalin. Por esta razón, intenta explicar lo inexplicable al Presidente de la República, Manuel Azaña: que Nin ha sido liberado de su cautiverio de Alcalá por espías de Hitler.

Un asalto que prueba, según la prensa comunista de aquellos días, las acusaciones de que Nin era un «quinta columnista» de Franco.

Al «Barberán y Collar» había trasladado en octubre del 36 su cuartel general el jefe de la Aviación republicana, Ignacio Hidalgo de Cisneros, desde Albacete.

Numerosas fuentes señalan que Nin es retenido y torturado por la NKVD en un chalé que había sido habitado por Hidalgo de Cisneros y su mujer, Connie de la Mora, en Alcalá. De haber existido realmente, este chalé debía haber estado próximo al aeródromo.

Pistas falsas

De allí, según Orlov, sacan a Nin para matarlo en la carretera a Morata de Tajuña, pero este extremo ha sido considerado otra de las numerosas pistas falsas bajo las que el jefe de la NKVD en España se protegió, como tinta de calamar, del terror de Stalin al que había servido, cuando en 1938 pidió asilo político en EE.UU. huyendo de sus correligionarios.

Quizá la fosa de Alcalá aclare la pregunta que el Gobierno republicano dejó entonces sin contestar: ¿dónde está Andreu Nin? O quizá no resuelva el "caso Nin", pero sí el de otras víctimas que, setenta años después, otro Gobierno de izquierdas ha intentado ocultar.

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