Los tontos eufóricos
Un buen porrón de años lleva Jaime Capmany elaborando su «Diccionario de Tontos». Mi viejo maestro, Santiago Amón, también se interesó por la gran obra, pero se rindió por el ingente trabajo que se le venía encima. Además, según Santiago, el quehacer le resultaba doloroso desde sus pensamientos de Izquierda, porque la mayoría de los tipos de tontos andaban por la literatura, el cine, la música y las artes del llamado «progresismo». Antonio Burgos ha descubierto el modelo de tonto más tonto que pueda uno toparse en Sevilla, que es «el tonto con balcones a la calle». En Huesca es muy difícil encontrarse con un «tonto con balcones a la calle» porque hace demasiado frío. Y Carlos Toro, en una espléndida columna publicada en el diario «El Mundo» retrata a un colectivo -como se dice ahora- de tontos que merecen una atención y a los que me he permitido bautizar como «tontos eufóricos», que son los futbolistas que celebran los goles con gestos y rituales estúpidos.
De ellos, el que más destacó en su momento es el «tonto valla». El «tonto valla» cuando marca un gol, se dirige enfervorizado al sector más apasionado del público, se sube a la valla de separación como si fuera un mono exultante y celebra con la masa de energúmenos la simple realidad del gol. El argentino Palermo, por comportarse como un «tonto valla» se ha quebrado una tibia y un peroné. La valla se le vino encima.
El «tonto padre feliz», imita los movimientos de acunar a un bebé cuando consigue un gol. El «tonto pájaro», lo celebra moviendo los brazos con acompasados aleteos. El «tonto mensaje», se quita la camiseta y deja ver y leer el mensaje dedicado a un familiar o un amigo. El «tonto más allá», cuando mete un gol, se arrodilla y eleva la mirada a los cielos recordando a un ser querido fallecido. El «tonto voltereta», cuyo principal ejemplar fue el delantero mexicano Hugo Sánchez, ha tenido muchos y buenos seguidores. El «tonto Búfalo Bill» lo interpretaba como nadie el atlético Kiko. Se arrodillaba tras la obtención de un gol, y disparaba con ambas manos mientras sus labios imitaban el «pum, pum» de las pistolas. Como escribe Carlos Toro es muy difícil sorprender haciendo este tipo de tonterías a los grandes jugadores. Las payasadas las ejecutan los mediocres con deseos de notoriedad. Hubo un futbolista, creo que del Valencia, que se acercaba hasta el banderín de un «córner», se postraba a gatas y elevaba una pierna imitando la forma de hacer pis de los perros. Y un tal Gallardo, del Sevilla, acaba de crear la figura del «tonto guarro» al atizarle un bocado en la pirindola a su compañero Reyes. De ahí mi admiración por el entrenador del Real Madrid, Del Bosque, que celebra los goles de su equipo con un gesto de triste resignación que es síntesis de pulida elegancia.
Hay equipos que comparten la tontería eufórica. Se ponen todos a gatas y se dan un paseíto haciendo el gilipollas mientras la afición se conmueve con frenesí. Y otros se lanzan sobre el césped y componen un ridículo conjunto de alegres y sincronizados memos. Estas demostraciones, además de imbéciles, son, en mi opinión, antideportivas y vejatorias para los jugadores del equipo contrario. ¿Se figuran a un árbitro, que después de pitar una pena máxima, para demostrar el acierto de su decisión, diera una voltereta, se quitara la camiseta, apareciera el rostro de un bebé y se pusiera a mecer una cunita figurada?
Una cosa es el normal desahogo de la alegría y otra muy diferente la interpretación clamorosa de la estupidez. Cuando un gol es celebrado por un «tonto eufórico», tendría que ser anulado inmediatamente después de proceder a la expulsión del cretino. ¿Es que ahora sienten los jugadores más alegría por un gol que hace treinta años?
Propongo, que junto al «Pichichi», para los goleadores, y el «Zamora», para los porteros, se instaure el trofeo «Gallardo», para premiar al futbolista que acumule más payasadas en una temporada. Tontitos.
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