ener años no es estar muerto; estás muerto cuando dejas de respirar y mientras respire tengo que aprovechar». Así explica su vitalidad y sus ganas de seguir aprendiendo Felisa García Pérez, que a sus 90 años recién cumplidos acude por las tardes desde hace 20 años a la Universidad Pontificia de Salamanca para cursar asignaturas y seguir los cursos que le ofrece el Programa Interuniversitario de la Experiencia.
Ella es una de los 4.270 alumnos que este curso están matriculados en este programa que comparten las ocho universidades de Castilla y León. Inquietud y ganas de aprender une a estas personas que, una vez jubiladas o en la recta final de su vida, descubren que el aprendizaje no se detiene en ningún momento de esa vida.
Lo ejemplifica Felisa, natural de Madrigal de las Altas Torres. Es de la primera promoción (1993) de la Universidad de la Experiencia y no ha faltado a su cita con las aulas de la Pontificia en estos veinte años desde aquel día, tras enviudar, en que un amigo profesor universitario le recomendó estas clases. Ella tuvo la suerte, vedada a otras muchas mujeres hace más de setenta años, de tener un padre «que nos promocionó a mí y a todos mis hermanos, chicos y chicas, y nos permitió que estudiáramos», asegura. Se licenció en Filología Románica, pero nunca trabajó y una vez sola, y «como siempre me gustó estudiar», decidió que tenía que salir de casa y retomar los estudios «por el placer de cultivarme».
Hoy, aunque tiene «mal las piernas», pero un «espíritu joven» sigue adelante y confiesa que «la universidad me está ayudando mucho», mientras recuerda otros casos en que no es así, como el de una amiga que «ha decidido no salir de casa y eso es una muerte». Pero no se siente una persona extraña ni nada peculiar: «somos muchos los que hacemos esto; hay gente que valora los conocimientos, pero también aprendes y te relacionas con la gente y no te pasas el día aquí en casa pensando que eres mayor y que ya se acaba la vida». Eso sí, lo que más le ha costado son «las clases de ordenadores; es mi punto flaco», confiesa.
También estos mayores coinciden con los jóvenes que cada día acuden a cursar estudios en las universidades de la Comunidad, bien en pasillos e instalaciones, o bien en actividades intergeneracionales que tiene el programa, y aunque el salto entre ellos pueda parecer abismal, como narra Felisa, «cuando nos vemos, calculamos una distancia inmensa, pero al hablar unos con otros no hay tanta. Lo único que ocurre es que ellos tienen muchas expectativas y nosotros ya no, esa es la diferencia». De hecho, Felisa recuerda como una experiencia «muy positiva» el curso que tiene este año con jóvenes de Periodismo.
Lo mismo cuenta José Manuel Solla, un palentino de nacimiento, pero salmantino «de adopción» que a sus 56 años acude también a clases de este programa en la Universidad de Salamanca: «nos ven como a estudiantes y nosotros a ellos también».
Lo que siempre se añoró
Empleado de banca jubilado, éste es su segundo año en la Universidad de la Experiencia y explica que «tenía la idea de haber hecho una carrera, pero alguien con buen criterio y que me aprecia me habló de este programa y decidí matricularme en él». Su motivación es la de muchos otros alumnos: «he estado 32 años trabajando y ahora es cuando puedes hacer cosas que en su día no pudiste desarrollar, como una afición o como esto, los estudios; siempre tienes alguna cosa que te hubiera gustado hacer y que añoras y que no pudiste hacer antes y ahora es el momento».
Alaba el programa, que «es amplio y las optativas tienen una variedad muy grande; está hecho para cualquier persona y puedes compaginar ciencias y letras», y también, como Felisa, valora muy positivamente el trabajo de los profesores, que «te involucran». Al mismo tiempo, añade que «quizá te gustaría que contara con un poco más de tiempo y más horas lectivas», pero la crisis económica ha hecho que la financiación de la Junta se reduzca y que también hayan disminuido este curso las horas de clase.
Aún así, José Manuel Solla sostiene que «igual, si tienes más horas, esto te puede agobiar» y que «lo bueno de este programa es que no vienes ya a estudiar para tener que sacar una nota, ves las asignaturas de un modo diferente a cuando estudias por obligación porque estás pensando en el futuro».
También considera que «una cosa es que seas mayor y otra que pienses que se ha acabado la vida» y que «igual tienes menos capacidad de asimilación que antes, pero sí que tienes más constancia». Además, añade la importancia que iniciativas como ésta tienen para establecer relaciones sociales porque «este programa te va enganchando poco a poco y la gente que te rodea es impresionante y tiene también la misma inquietud que tú», lo que da una idea de que los lazos que entre estos alumnos se establecen no difieren mucho a los de los alumnos universitarios más jóvenes: «conoces a todo el mundo, pero al final te haces tu grupo; vamos, como cuando eras un estudiante con 20 años».
Desde la coordinación de este programa en la Universidad de Burgos, señalan que el perfil de estos estudiantes es el de una mujer de entre 60 y 65 años con estudios medios y la responsable del mismo en la Universidad Pontificia de Salamanca (Upsa) y coordinadora de todo el programa a nivel autonómico, María Teresa Ramos, apunta también el interés que tienen estos alumnos por aprender, de lo que da idea que «las plazas se han ido ampliando porque hay mucha demanda».
De hecho, añade que «la mayoría», cuando acaba los tres cursos de que consta el programa, se matricula en las optativas de años sucesivos «porque no se quieren ir de aquí». Y ese vínculo de cariño que se crea con estos estudios no sólo se da en los alumnos, sino que se extiende a quienes organizan el programa. Es el caso de la anterior responsable del mismo en la Upsa, Adoración Holgado. La Universidad creó para ella el cargo de directora honorífica del mismo cuando se jubiló «y ahora sigue viniendo y colaborando y trabaja más que cuando cobraba», comenta con aprecio y admiración María Teresa Ramos.
Lo mismo apunta desde la Universidad de León el secretario del programa, José Ramiro González, cuando afirma que «a las 5 ó las 6 de la mañana del día que se inicia la matrícula ya hay gente esperando y haciendo cola y los que llegaron una hora antes de abrir ya no pudieron matricularse para este curso por falta de plazas».
Quien sí lo hizo fue Vicente Pertejo, que a sus 86 años lleva cuatro en estos cursos y un ictus este año le apartó temporalmente de ellos, «pero volví y aquí sigo». Su retorno lo acompañó de un poema -porque dice que le gusta escribir «relatos»- cargado de agradecimiento a sus compañeros y a los responsables del programa: «después de un año de ausencia / que por enfermo he faltado / esta tarde al Aulario / volví otra vez animado. / Allí Aurelia y Ramiro / un fuerte abrazo me han dado / de corazón muchas gracias / este alumno quiere daros... / Y a todos mis compañeros / un abrazo quiero daros / por levantar mi moral con ese aluvión de aplausos».
Asegura que se decidió a matricularse «porque de joven no tuve medios para estudiar; me crié con 7 hermanos y mis padres eran labradores; no había dinero y venir a la ciudad suponía pagar una pensión o una patrona y eso costaba mucho». Logró estudiar a través de las Cámaras Agrarias para capataz y hoy está orgulloso, como lo están de él sus nietos, a los que ha tratado de transmitir «esa inquietud que siempre he tenido por estudiar» y que «hay trenes que pasan una sola vez en la vida y como no los cojas al momento, no volverán a pasar».
Entre griegos y romanos
También Vicente valora muy positivamente las clases -ahora anda enfrascado con la cultura greco-romana-, sus profesores, y que «te permite tener un círculo social más amplio», a la vez que supone que «estimules la inteligencia; si te dejas caer y te paras, se atrofia», comenta.
También a María Encarnación Ibáñez, alumna en la Universidad de Burgos, la vida no le dió «la oportunidad de optar por este tipo de estudios» y al fallecer su madre, a la que cuidó en sus últimos años, siguió el consejo de su hermana y se matriculó en la Universidad. Había hecho FP y ahora, a sus 60 años, y tras llevar en el programa desde 2007, comenta que esta experiencia «me ha aportado un conocimiento de la Historia que yo no tenía, amistades e ilusiones nuevas y me hace crecer como persona; he cambiado el chip», porque asegura, «seguir estudiando te ayuda a tener una mentalidad más abierta».
Tiene palabras de elogio para sus profesores, «amables, pacientes y siempre dándonos su tiempo», y valora especialmente el contacto con los universitarios jóvenes.
Quizá la mejor lección que estos estudiantes muestran es la de Felisa: «el pasado no lo puedo recuperar; el futuro no lo conozco, es una incertidumbre; por eso vivo el día a día a pleno pulmón».
Curso 2012-2013. Se han matriculado 4.270 personas (472 en la Universidad de Burgos, 659 en la de León, 1.218 en la Pontificia de Salamanca, 1.095 en la Universidad de Salamanca, 623 en la de Valladolid, 100 en la Universidad Europea Miguel de Cervantes, 49 en la Católica de Ávila, y 54 en la sede que IE University tiene en Cuéllar (Segovia).
Las sedes. El programa se imparte en los campus de las Universidades de Castilla y León desde 1993 y tiene sedes en otros 15 municipios de la Comunidad: Aranda de Duero, Miranda de Ebro, Villarcayo, Ponferrada, Astorga, Ciudad Rodrigo, Toro, Benavente, Béjar, Guardo, Almazán, Medina del Campo, Medina de Rioseco, Arévalo y Cuéllar.