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Botas nuevas

En abril de 2010, cuatro militares españoles fallecieron en Haití al estrellarse el helicóptero en el que viajaban. Regresaban desde la República Dominicana con un cargamento de material para el contingente desplazado a ese país en misión humanitaria tras el dramático terremoto de enero. El capitán de navío Francisco Peñuelas González, comandante del Buque de Asalto Anfibio «Castilla» (L 52), rinde hoy homenaje a sus cuatro compañeros con este artículo, en el que —con una botas nuevas para los militares como fondo— describe su tesón y entrega

Botas nuevas mde.es

Francisco Peñuelas González

Durante la Operación Hispaniola de Ayuda Humanitaria a Haití, llevada a cabo desde el buque «Castilla» entre enero y mayo de 2010, las necesidades logísticas que no podían adquirirse en zona de operaciones eran atendidas desde España a través de envíos en vuelos comerciales hasta el aeropuerto disponible más cercano al buque, o eventualmente, con algún vuelo militar.

Fueron numerosos dichos envíos, imprescindibles para poder desarrollar la misión. Medicamentos, material de sanidad, sangre, repuestos y pertrechos para el buque e Infantería de Marina, así como una cantidad importante de artículos de todo tipo, nos permitían seguir operando y apoyando a un país tan necesitado como aquel. Ante la imposibilidad de hacer llegar al buque el material que nos enviaban desde España, nuestros helicópteros debían recogerlos en el punto de entrega en la vecina República Dominicana.

Esta es la pequeña historia de las botas de Infantería de Marina que tenían que llegar a Haití, como el resto del material solicitado, en uno de los envíos logísticos.

El calor y el uso continuado durante tres meses en labores de desescombro, en un ambiente como el del Caribe, habían deteriorado las botas a muchos soldados, y un soldado con las botas sucias o gastadas no parece un buen soldado, no es la imagen que queremos dar, aún en las condiciones que allí se vivían. Como veíamos la necesidad de cambiar de botas a mitad de misión, nuestro habilitado, el comandante de Intendencia Fernando Torija, había solicitado a la cadena logística y estaban todos deseando estrenarlas cuanto antes, 150 pares de botas de color árido para Infantería de Marina, con sus tallas para que después no hubiese problemas de reparto. Cada nuevo envío logístico que llegaba, nuestro habilitado se desplazaba al aeropuerto para recepcionarlo y después repartirlo a sus destinatarios.

El pedido de botas se había convertido en un clásico. Se hablaba de él en todas las reuniones y la Infantería de Marina miraba esperanzada al habilitado cada vez que éste anunciaba la llegada de un nuevo envío. Aquella esperanza se estaba empezando a desvanecer después de varios intentos. Los infantes sólo veían que Fernando, tras recibir los pedidos, no les entregaba las anheladas botas. Evidentemente era porque no llegaban, pero tenía que dar explicaciones que a él no le correspondían. Como comandante de la agrupación, tuve que tomar cartas en el asunto, y ante la poca prioridad que se le daba a las botas en la cadena logística para ocupar peso y espacio en los envíos, llamé directamente al almirante del Arsenal, Jangel Pita.

—Almirante, un asunto que aunque no parezca prioritario quiero resolver cuanto antes pues se está demorando demasiado.

—Dime Pacote, si me llamas desde Haití debe ser importante.

—Pues para nosotros sí lo es y por eso te pido que intervengas.

Le conté el problema, que el siguiente envío salía en un par de días y que había que reaccionar muy rápido para poder incluir las dichosas botas en él. A la mañana siguiente recibí un correo diciéndome que estaba todo coordinado y las botas en el aeropuerto listas para embarcar con el resto del envío. Le di las gracias. Nos tenemos mutuo aprecio, coincidimos embarcados en el submarino Tramontana, él de segundo comandante y yo de oficial, los dos éramos entonces tenientes de navío, pero sigo contando que me pierdo.

Ni por esas, las botas se quedaron en el asfalto del aeropuerto. Después de la intervención de dos almirantes para tratar de embarcarlas, se habían quedado en tierra, demasiadas cosas para mandar. Había que colgar a alguien.

Los infantes volvían a mirar a Fernando, lo tenían ya como objetivo y único responsable, pero Fernando no perdía la sonrisa ni la paciencia. Aseguraba, antes de recibir cada envío, que las botas venían en él. Así lo decía cada vez el manifiesto de carga, aunque por alguna extraña razón, las botas se resistían a cruzar el charco a pesar de tener billete para el embarque. El día 15 de abril, en la reunión que celebrábamos todas las tardes, al tocarle intervenir, Fernando volvió a asegurar todo serio, como tantas veces lo había hecho, que traería las botas. Nos dio la risa a todos. Él no se molestó, miraba aguantando el tipo a los presentes como hombres de poca fe. Al finalizar la reunión me comentó que había preguntado expresamente por las botas y le habían confirmado que esta vez sí habían llegado a Santo Domingo con el resto del material.

Un segundo helicóptero

El helicóptero de la 3ª Escuadrilla en el que regresaba Fernando desde el aeropuerto de Cabo Rojo en la República Dominicana al buque Castilla, una vez recogido el envío logístico, no llegó a su destino, falleciendo sus cuatro ocupantes.

En los funerales a bordo pudimos observar a los infantes de Marina formando con botas nuevas. Estas habían viajado en el segundo helicóptero que sí regresó al buque con el resto del envío logístico. Todos vestían sus botas nuevas como pequeño homenaje y reconocimiento a los fallecidos, y yo veía a Fernando haciendo una mueca diciéndoles que las había prometido y ahí las tenían.

Fernando Torija, Francisco Forné, Manolo Dormido, Eusebio Villatoro, no os olvidamos.

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