UNA HUELLA EN LA ARENA
Líderes
El caso más patético es el de quien, creyéndose sinceramente demócrata, piensa que sus ideas son las únicas válidas
LA propia naturaleza humana nos hace gregarios, necesitados de vivir en comunidad para salvaguardar al individuo y a la especie. Este comportamiento primigenio genera diversos estatus dentro del grupo. De los más nocivos es el de aquellos individuos incapacitados para la normal convivencia, la de quienes trasgreden las normas que aseguran la vida social. El grupo pena a éstos con la exclusión.
El otro extremo lo representan las personas con capacidad de liderazgo, de referencia, por su comportamiento ejemplar frente a determinadas situaciones o por su sabiduría y autoridad moral ante sus congéneres. Pero el liderato también conlleva perversiones, asociadas a un enfermizo espíritu competitivo individual o, dicho de otro modo, con una necesidad de poder y reconocimiento sociales que sólo satisfacen aspiraciones íntimas. ¿Quién no ha tenido un vecino capaz de todo con tal de ser el presidente de la comunidad de viviendas? Es un estereotipo tan inveterado que aparece hasta en las series cómicas de televisión.
Este tipo de líderes que busca la gloria personal, aunque no traspase las fronteras del propio edificio, puede ser incluso peor para la vida social que los inadaptados, pues sus propios apetitos están por encima del interés común y precisan del grupo para saciarlos. Un caso significativo es el de Silvio Berlusconi, convencido de que su poder económico sumado a su preeminencia política le dan derecho a todo, incluso a vulnerar las leyes que sus conciudadanos están obligados a cumplir. El caso más nocivo puede ser, sin embargo, el del líder providencialista, el que tiene incrustado en sus entrañas que su misión es un designio que le es atributo exclusivo. Lo ejemplifica a la perfección Hugo Chávez, que para ocupar la presidencia de su país usó del golpe militar y de las urnas, evidenciando que el medio para alcanzar su objetivo no era importante. Logrado éste, todo ha sido menoscabar los procedimientos democráticos tanto como ha sido necesario a fin de conservar un poder particular e intransferible.
Sin embargo, desde el punto de vista personal, el caso más patético es el de quien, creyéndose sinceramente demócrata, piensa que sus ideas son las únicas válidas. Esto en sí mismo ya es demasiada contradicción para asentar un buen principio. Los hechos demuestran de continuo que no hay una sola verdad para explicar nada, que la realidad es poliédrica. Es lo que le ha sucedido a Rodríguez Zapatero, que abandonará Moncloa con el sambenito de haber sido el peor presidente de nuestra democracia. No obstante, haciendo aguas Rubalcaba como candidato del partido, litiga por abdicar en una pubilla que reivindique su paupérrimo patrimonio.
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