El problema de los estudiantes

QUE la Universidad española tiene graves problemas es ya una obviedad, amén de ser también una realidad penosamente constatada por quienes a diario trabajamos en ella. Y que con el lobo de la crisis asomando no ya las orejas, sino el hocico y hasta las zarpas, esos problemas van a multiplicarse, es una predicción tan escasamente aventurada que bien pudiera caer también en el terreno de lo evidente.
Así las cosas, quizás a alguno le parezca pueril -o incluso malintencionado- plantear, siquiera a título de interrogación al margen, hasta qué punto los estudiantes que ocupan nuestras aulas y participan del autogobierno universitario están siendo parte de la solución o forman parte del problema de la Universidad.
Desde mi punto de vista -y conste que el que suscribe fue, y con mucho gusto, cocinero antes que fraile- la discontinuidad, el amateurismo y la fragmentación de la representación estudiantil en la Universidad es en estos momentos, si no una de las causas principales, si al menos una de las colaterales de la crisis en que está instalada la institución.
Y si de muestra vale un botón, vayan por delante tres: el primero, que en las elecciones llevadas a cabo la pasada semana, en plena efervescencia del «movimiento anti Bolonia», la participación de los estudiantes en la Universidad de Valencia se situó de nuevo en un misérrimo 12 por ciento, con centros como Farmacia, Economía o Psicología por debajo incluso de 10 por ciento; el segundo, que centros hubo -como en Derecho- en donde los diez escaños en juego se repartieron entre no menos de siete candidaturas, o en los que -como pasó en Farmacia y Ciencias Sociales- las listas concurrentes se repartieron los escaños en juego a «tanto por uno»; y el tercero, que al final serán casi una veintena las asociaciones estudiantiles que se sienten en el claustro, sin que ninguna de ellas vaya a contar -ni de lejos- con presencia suficiente como para jugar un papel determinante.
Súmesele a ello que la inmensa mayoría de las asociaciones que operan en nuestra Universidad son poco más que grupos informales de estudiantes tan cargados de buenas intenciones como ayunos de experiencia, de fondos, de estructura organizativa y de estrategia a largo plazo; grupúsculos que aparecen por los pasillos apenas unos pocos días antes de las elecciones para desaparecer del mapa apenas unas pocas horas después de haber concluido el recuento; que surgen o se eclipsan en función de que sus dirigentes puedan o no distraer unas horas del estudio, y que en el mejor -o, según se mire, en el peor- de los casos, operan como satélites, y la vez oficinas de reclutamiento, de algunos partidos políticos que son perfectamente identificables.
Con unas asociaciones estudiantiles tan sumamente inoperantes no es de extrañar que el lugar que éstas debieran jugar en las numerosas instancias académicas -consejos departamentales, Juntas de centro, claustro universitario, Consejo de Gobierno...- en las que cuentan con presencia sea tan a menudo suplantado por asambleas, comités y plataformas de nula representatividad y estrategias francamente discutibles, con las desagradables consecuencias -encierros, asaltos, zarandeos-, que en los últimos días han salido a la luz.
Y que, de este modo, el problema de los estudiantes, se convierta en el problema con los estudiantes.
Profesor de
Derecho Constitucional.
Universidad de Valencia
LA GUERRA POR MI CUENTA
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