A las doce de la noche de un miércoles cualquiera de Mundial de balonmano, en el pabellón Lusail Hall de Doha apenas queda una decena de periodistas, todos españoles, y varios miembros de la organización que esperan que se desaloje la sala para cerrar e irse a casa. Pero una voz surge del centro de la pista, encendido al calor de unos focos tenues que van incrementando su presencia.
Una voz profunda pero femenina se elevaba por encima del eco de unas gradas vacías. "Es la cantante de un grupo que hará un espectáculo mañana durante los partidos", nos cuenta uno de los miembros de la organización que observa los pasos de baile. Las notas, cada vez más encendidas en el tono, activan también los focos que mueven desde la cabina de luces. En árabe y en inglés, el micrófono prueba sus cuerdas vocales, como lo hace la cantante.
Por las gradas, otros voluntarios y personal del Mundial se afanan en recoger los desperdicios de otro día de Mundial, de otro día de pasiones por el balonmano. Banderas de países que ganaron, banderas de países que perdieron, latas de refrescos y cartones de palomitas, deshechos que se reproducen cada mañana. Casi es la una de la madrugada en Doha y con la noche desaparecen los restos del día mientras una voz se queda temblando en el aire del Lusail, afinando sus notas para aparecer perfecto en cuanto se vuelva a levantar el telón. El balonmano descansa solo unas horas, pero el torneo y su mundo no lo hace nunca.





