teatro
El haz y el envés de Hamlet
La obra de Shakespeare sigue tan actual que es de obligado conocimiento por los alumnos de las escuelas de teatro con el fin de poder abordar su puesta en escena con una lectura tan personal como la propuesta por Ostermeier y Haussman
Hamlet resiste la cerrada competencia que se libra en Berlín: dos teatros, la Schaubuehne y el Berliner Ensemble, situados a uno y otro lado del antiguo muro del que este año se celebrará el 25 aniversario de su caída, programan en régimen de repertorio la tragedia de Shakespeare.
Existen problemas para conseguir entradas de teatros con un aforo de más de 500 plazas: el primero en estrenarse, el dirigido por Thomas Ostermeier en el oeste, lleva casi seis años representándose ininterrumpidamente; el segundo, el de Leander Haussmann en el viejo teatro de Brecht, se estrenó el pasado mes de noviembre con una expectación inusitada. Los espectadores cotejan ambas propuestas, extraen conclusiones, se decantan y aplauden con fervor. Se perciben puntos de coincidencia entre ambos: el texto fuente del dramaturgo inglés y la duración del espectáculo, más de cuatro horas; pero les diferencia el filtro de la poética, la concepción de la existencia, la visión del mundo y la estética, lo que se traduce en diferentes puntos de partida de uno y otro director, y en distintas visiones de la misma historia.
La caída a los avernos
Ostermeier se fija en la caída a los avernos de un hombre, Hamlet, que ha poseído el poder y la máxima estima, al adoptar la decisión de vengar la muerte de su padre, ejecutado por Claudio. El mundo corrupto que le circunda, le atenaza, desestabiliza y le hace sufrir, y esta intención sobresale como metáfora del mundo actual, donde la persona honesta es aplastada por la corrupta.
Se centra Ostermeier en mostrar más las acciones que percuten en el sufriente Hamlet, que en las motivaciones; el protagonista de la tragedia es el sujeto pasivo, desestabilizado por un entorno que le aboca a transitar esa zona liminar entre cordura y locura. Presentar la fábula desde esta perspectiva le exige la reescritura del texto dramático, donde no se aprecian nuevas escenas, ni diálogos, y sí alteración del orden de las escenas o supresiones de texto en los diálogos.
El texto escénico reduce los personajes a seis, Hamlet, Claudio, la misma actriz que incorpora a Gertrudis y Ofelia, y tres actores más que encarnan a los restantes personajes. Esta reducción no es ni un juego, ni obedece a razones presupuestarias. Se trata de una elección consciente: los tres actores, con diferentes personajes, juegan roles contrapuestos, serán amigos en una escena y enemigos en la siguiente. Las fluctuantes relaciones humanas. La concentración en un personaje femenino muestra la visión misógina de Hamlet.
El loco de Haussmann
La pasividad de Ostermeier se transforma en un Hamlet activo en la lectura de Haussmann para la escenificación. El príncipe de Dinamarca es un loco, y desde la primera escena el director lo subraya tanto por su comportamiento como por la escenografía propuesta, que asemeja el laberinto tortuoso de la mente de una persona trastornada. No sufre la tragedia, la desencadena.
Hamlet, enfebrecido, mueve todas las acciones, tortura a las personas amadas, como Ofelia, y maltrata a cuantos encuentra en palacio. Su misión es vengar a su padre, como elocuentemente se muestra cuando Hamlet pronuncia el monólogo del «ser o no ser» (del motivo de la existencia), con el cerebro de Polonio ensangrentado entre sus manos. La intervención textual concentra las escenas del protagonista, eliminando otras en las que no interviene.
Los dos montajes son caras opuestas de la misma moneda, donde nadie objetará traición a Shakespeare. Se trata de visiones contrapuestas, entresacadas de un texto rico y polisémico. La oposición llega hasta la elección de actor, grueso en Ostermeier (Lars Eidinger) y deliberadamente pequeño (Christopher Nell) en Haussmann, pero ambos excelentes.
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