César Santos Fontenla
César ha sido un pata negra de la crítica cinematográfica. Su obra ha sido para mi gusto la más cumplida. De «Triunfo» a ABC, ha ido integrando orgánicamente las sucesivas estéticas de los últimos cuarenta años. Siempre fue un histórico. Lo era ya cuando comencé a trabajar con él en «Triunfo», en 1965. Había dejado tras de sí la agitación de los cineclubes de los cincuenta, había colaborado en la mítica «Objetivo» (Bardén, Ducay, Clarimón, Rabanal...) y todavía estaba lleno del espíritu de las jornadas de cine de Salamanca, su ciudad, por otra parte (1931).
Al evocar ahora la vida y la obra de César siento una inmensa melancolía y no sólo por la pérdida cultural que ha supuesto su muerte sino por la incapacidad para trasladar al lector la fragilidad apasionada de su personalidad, aquella mezcla de seguridad estética y de vulnerabilidad vital, su entendimiento utópico de la cultura... ¿Cómo trasladar a los lectores el perfume de una vida?
Antes de entrar en «Triunfo» yo era ya un entusiasta de César y de Jesús García de Dueñas, el otro titular de la sección de Cine. Éste procedía de la Facultad de Letras de Madrid y había hecho sus pinitos intelectuales en una revista titulada «Cuadernos de Arte y Filosofía». César y Jesús «eran» el cine. Ellos tenían las claves de ese arte a las que, con suerte y su ayuda, podíamos acceder los demás. La verdad es que aprendí mucho de ellos. César tenía, además, tal desparpajo que convertía en aparente blabla una charla profesoral.
César fue uno de los fundadores de la revista «Nuestro cine», continuación de «Objetivo» y compañera de «Primer Acto». Conducía aquel bloque político/cultural José Monleón. Los dos mensuales tenían un público muy fiel, casi religioso, y pasaban por representar la crítica marxista aunque, en realidad, eran la expresión del sociologismo cultural. La fama marxista les venía de su entendimiento del arte en los términos clásicos del compromiso político. «Nuestro cine» se repartía el mercado con «Film Ideal». Cada una tenía sus mitos pero, sobre todo, funcionaban más como etiquetas de grupo o partido que como expresiones estéticas. En esa segunda mitad de los sesenta las preocupaciones políticas iban pasando a un segundo plano en favor de los problemas formales. Para entonces se iban sustituyendo viejas obsesiones, como la caza de brujas de Hollywood, por políticas concretas como la del «nuevo cine español» de García Escudero cuyo primer nombre fue Carlos Saura y cuyo fruto excepcional fue «El sur» de Víctor Erice.
Intelectual y, como tal, con capacidad para dar una explicación global a un hecho tan complejo como es el cine, ha dejado algunos ensayos, entre los que es obligado destacar «El cine español en la encrucijada». Y hay un aspecto de su personalidad que, como testigo, no puedo pasar por alto. Me refiero a lo que supuso como introductor en España de la cultura británica de los sesenta. Dejó el Barrio Latino de París por Carnaby Street y se pasó de Brassens a los Beatles. Una traición explicable. Por lo mismo, de Mayo del 68 le interesó más la poética que la política.
Después de un corto tránsito por «Informaciones», ya en la plenitud, aunque nunca en el conformismo cultural, César se entregó a la crítica de cine en ABC y de ese modo consiguió la meta de todo crítico, que es intervenir desde el primer momento en los gustos del público, responder al desafío del estreno. Por ello, es muy difícil entender que un compañero suyo haya querido despachar nada menos que un cuarto de siglo de trabajo (¡) con la siguiente frase... «y finalmente acabó sus trabajos críticos de prensa en el diario ABC».
Como aquel personaje de Woody Allen que pasaba de la pantalla a la vida y de ésta al cine, César Santos Fontenla no se violentaba al vivir a la vez arte y realidad. Este de ahora ha sido el último de los tránsitos.
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