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ABC Cultural

Lolita, que algo quema

La francesa Vahina Giocante es la última de una generación de Lolitas, que arrancó con el mito creado por Vladimir Nabokov. Llega a la gran pantalla con la película «Lila dice»Lila dice», película que irrumpe hoy en la oscuridad de las salas. Lila le pone a Lola el punto sobre la i, la actualiza y matiza, supone un salto generacional para un personaje que en medio siglo ha envejecido poco y bien.

Cumplidos los dieciséis, se enamora de un joven que sólo le saca tres, aunque pertenece a otra raza y casi a otro planeta. Lila es «como un Ferrari en un desguace». Más procaz que precoz, practica un doble exhibicionismo: esconde tan mal sus curvas como sus fantasías. En resumen, a Lila le cabe cualquier palabra en la boca, mientras que Lolita instalaba los pensamientos más pecaminosos en el cerebro de Humbert Humbert. Pero si algo tienen en común todas ellas es la suavidad del celuloide frente al papel lija de sus orígenes literarios. Veamos algunos antecedentes.

Lolita pionera, Carroll Baker protagonizó «Baby Doll» en 1956, un año después de aparecer la novela de Nabokov. Doll(ores) procede de la pluma de Tennessee Williams, quien había pensado en Marilyn Monroe para el papel. En la película de Elia Kazan, Elli Wallach se casa con ella bajo la increíble promesa de no consumar el matrimonio hasta que la joven, todavía virgen, cumpliera veinte años. Antes incluso de su estreno, el púlpito de la catedral de San Patricio tronaba contra su capacidad para «ejercer una influencia inmoral y corrupta» y «Time Magazine» dijo que era «el filme americano más sucio jamás exhibido legalmente».

Una piruleta y un hula hoop

Una piruleta, un hula hoop y unas gafas en forma de corazón sobre el rostro aniñado de Sue Lyon han quedado grabados como el símbolo de la genuina nínfula preadolescente que perturba la paz interior del hombre maduro, «abominablemente excitado». Nabokov colaboró con Kubrick en el guión, consciente de que su HH era inaceptable. Aún hoy cuesta imaginar el nacimiento de un personaje tan incorrecto, sobre todo por su inadmisible genialidad. Dominique Swain y la prótesis dental que le colocó Adrian Lyne años después quedan como una anécdota.

Jean-Jacques Annaud descubrió en «El amante», novela autobiográfica de Margarite Duras, a la Lolita más lúbrica que ha dado el séptimo arte, Jane March. Cuenta la leyenda que en las escenas más tórridas, la orden de «¡Corten!» era la que más tardaba en obedecer. Como siempre que el personaje femenino se merienda a su oponente, una mano femenina está detrás, lo que corroboraría la teoría de que Chimo, pseudónimo que firma «La voz de Lila», es una mujer.

En 1996, una cría nacida en Jerusalén, cuya belleza derriba muros y provoca cualquier cosa excepto lamentaciones, consiguió turbar a un asesino a sueldo tan profesional como León, a quien daba vida un Jean Reno que no se arruga ni ante Tom Cruise. Con quince años, dos más que su papel, Natalie Portman se adueñó de la excelente «Beautiful Girls», enamoró a medio planeta y puso a sus pies a Matt Dillon, Uma Thurman y Mira Sorvino. Psicóloga y reacia a los desnudos, en «Closer» pasó de Lolita a Dolores.

El tiro más certero a la línea de flotación del sueño americano tenía dos Lolitas por el precio de una. Mena Suvari y Thora Birch abrieron los ojos a una generación de padres y dispararon el precio de las flores. Sam Mendes y su guionista Alan Ball (creador de «A dos metros bajo tierra») volvieron loco a Kevin Spacey en «American Beauty» con el cuerpo filiforme de la Suvari, quien un año después, con 21, se casó con Richard Brinkman, 17 años mayor, para no darle al mito ni un respiro.

El cine español también tiene sus Lolitas; incluso tiene su «Tocata y fuga de Lolita», aunque esa es otra historia. Quizá la más genuina sea María Valverde en «La flaqueza del bolchevique», adaptación de una novela de Lorenzo Silva. No arrasó en las taquillas, pero ni a un espectador se le escapó el potencial de la chica, 16 añitos y un Goya en la mochila.

Se podrían recolectar más ejemplos, pero pocos tienen la importancia cinematográfica necesaria sin que el arquetipo les tire de la sisa. Incluso la Jodie Foster de «Taxi Driver» cojea por el modo tan obvio en que comercia con su cuerpo. Hay más Lolitas, pero están en éstas.

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