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Pollock

ED Harris sueña, Ed Harris ama, Ed Harris pinta mientras se busca a sí mismo

ED Harris sueña, Ed Harris ama, Ed Harris pinta mientras se busca a sí mismo como artista, frenética, intensamente. Esta buena película, dirigida, interpretada y producida por este actor: Ed Harris, sobre la vida y la obra del pintor representante del expresionismo abstracto: Jackson Pollock, el gran pintor americano, producida en el año 2000, que pasó sin pena ni gloria por la cartelera madrileña, y que ahora al cabo de los años se constata al verla que no sólo no ha envejecido mal, sino que el tiempo le ha ayudado a adquirir el bouquet de los buenos vinos, en las tinajas de las filmotecas y las cintas de video. Pollock, a secas, así se denomina la película, tiene la sobriedad tensa y, sin embargo, plena de dramatismo, cuando el guión así lo requiere, de un actor sobrio como Harris pero lleno de matices al desdoblarse. El protagonista es un ser atormentado que quiere llegar a ser reconocido como gran pintor en la ciudad de Nueva York donde vive, y donde van triunfando sus amigos, como de Kooning, etcétera.

Un día tiene la suerte de conocer a una pintora que cree en él y en su obra, Lee Krasner, y que será su mayor sostén y quien le salve de sí mismo por un tiempo ayudándole a triunfar -para ello se lo lleva al mar alejándolo de la ciudad y convirtiéndose en su mujer-, antes de que el alcohol se apodere totalmente de él, y los separe definitivamente en un final no por trágico menos esperado, dado la espiral del protagonista.

Y están los paisajes interiores y exteriores de la costa este de Estados Unidos, en Long Island, con los edificios de madera, el verde del paisaje y el torbellino del mar rugiendo tétrico, rugiendo, como presintiendo el final. Y los cuadros recreados por la cámara en varias secuencias, sobre todo una del final, que dura varios minutos, cuando Pollock ya ha llegado a la cima de su arte, y que son como una muestra del alma del artista en su mejor momento. Antes hay un reportaje sobre su pintura, interpretado también por Harris, donde se le ve en el proceso de creación de un cuadro. Desde que empieza hasta que termina. Y es esa ceremonia, casi, casi, como una liturgia, que comienza en el instante en que se descalza para ponerse las botas viejas, manchadas de pintura y ensimismarse en el cuadro, hasta grabar su etapa final de acabamiento del mismo, con la lata en la mano y la pintura líquida, cayendo gota a gota o a chorros según el efecto que quiera producir una vez dada por terminada la sesión de pintar, literalmente hablando, con brocha y pintura más densa, sin manipular casi.

Termina el filme, dos rótulos ponen cómo ha quedado la acción, se escucha la música, salen los nombres de los personajes y los actores que les han dado vida: es una larga fila de letras blancas sobre fondo negro, que parece no terminar nunca. Estás ensimismada en ella pero no lees, aún digieres la película, los últimos acontecimientos han sido como una sacudida pétrea, sólo recuerdas un coche amarillo a toda velocidad, gritos de mujeres y un hombre que pierde la consciencia. Nada más. Luego un denso silencio. Y las letras de molde que empiezan lenta, muy lentamente, a desfilar por la pantalla. Como en un cuadro de Pollock : gotas de pintura blanca. Muy blanca. Formando montoncitos. O extendida. Sobre fondo negro.

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