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Doña Simona

DÍAS DEJÚBILOCon motivo del centenario de Simone de Beauvoir he podido leer recordatorios, revisiones, polémicas. El tema insistente fue el feminismo, sobre todo por su famoso libro «El segundo sexo

Con motivo del centenario de Simone de Beauvoir he podido leer recordatorios, revisiones, polémicas. El tema insistente fue el feminismo, sobre todo por su famoso libro «El segundo sexo», aparecido en 1949 entre una polvareda de críticas y un éxito de librería. Casi nadie, en cambio, recuerda «La vejez» (1970), que ha quedado atrás en algunos aspectos pero fue pionero en la consideración moderna de eso que los franceses llaman «la gran edad».

Beauvoir reprocha a la sociedad productiva y competitiva (no siempre competente, ojo) el dejar a un lado a los mayores, por no ser productivos, a convertirlos en cosa, a menudo molesta. Propone, en cambio, que se considere al pensionista -hoy sinónimo de tercera edad- como alguien que empieza un nuevo capítulo de su vida. Ciertamente, le quedan menos días y menos fuerzas que en su juventud, pero puede contar más cosas -lo que llamamos experiencia, seamos modestos- y se ve descargado de las obligaciones que el trabajo y la familia imponen a los más verdes años. En especial, las mujeres, una vez que han criado a sus niños y no deben ya apoyar a sus maridos en el trabajo, se pueden dedicar a sí mismas y ejercer inéditas libertades.

Mirado desde nuestra actualidad, el libro ha perdido, precisamente, esa potencia cuestionadora quizá porque, de un modo simétrico, las sociedades desarrolladas han cambiado el trato consuetudinario al mayor. Ya no se le dice que se aparte de la gran batalla por el triunfo social, sino que se le proponen, más que medidas de protección, que también, actividades para prolongar su edad madura, si no ya, como es lógico, para recuperar la mocedad.

En su batalla a favor de quienes denominaba, un tanto cruelmente, los «viejos», doña Simona, que también llegó a talludita, dejó unas líneas sabias de conducta social y, si se quiere, de política general. Hay que involucrar al mayor en la plenitud de la sociedad y no señalarle un venerable pero paralizante margen. Hay que escucharlo y tenerle respeto, pero también darle los medios para que siga activo y, en esa medida, exigirle. Jóvenes o menos jóvenes, siempre la vida es una enrevesada busca de nuestra libertad.

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