Sinfonía de una hija de perra ciudad
Hay ciudades con cicatrices en vez de bulevares, agujeros de bala en vez de cuencas de semáforos y matones secantes e inmovilizadores en vez de agentes de movilidad en bermudas. Ciudades con la pesadilla detrás de la oreja y el zumbido de un millón de ráfagas de dinamita incrustados en el tímpano. Ciudades que necesitan a un guía que entre en sus entrañas y guedejas y salga vivito y coleando para contárnoslo. Tenía que ser Robert Rodríguez (un director selenita, ya que tiene cara oscura, ésta, y mar de la tranquilidad infantil a base de «Spy Kids» y «Lava girl», la semana que viene también de estreno) quien le echase «un par» al asunto y, con la ayuda del arquitecto de «Sin City» Frank Miller y de su «turista un millón», Quentin Tarantino, nos soltase este regalito veraniego que, para muchos, es la mejor transfusión de cómic (o novela gráfica) que se le ha hecho nunca el séptimo arte.
Todo es de asombro y crujir de huesos en esta película, desde el talento con que están engarzadas las tres historias peligrosas, al brutal casting que las puebla -¿con qué quedarse, con los carrillos de granito de Mickey Rourke, la napia-cordillera de Benicio del Toro o la barba de azufre de Bruce Willis? Eso, sin hablar de la sección femenina, aunque entre las obvias Alba, Murphy y super-Dawson, uno opta por la chica Gilmore Alexis Bledel- o, en fin, ese tratamiento de la fotografía chinesco y caravaggiano con hachazos de color sencillamente geniales. Eso, sin desdeñar guiños tan cinéfilos como «Casablanca» o «El sueño eterno», para no olvidar qué terreno pisamos. Cierto que las historias elegidas son de lo mejorcito de Miller -ojo a cómo seguramente Tarantino mejora «La gran masacre», que nació al hilo de... «Pulp fiction»-, aunque quedan otras como «Ida y vuelta al infierno» (si creías que todo esto era sexy, espera y verás), que esperemos sean pasto de más regresos a la ciudad del pecado. Eso sí, no lleven a su madre al cine a menos que quieran acelerar la herencia.
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