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Acabó como empezó

LOS grupos parlamentarios han empezado a presentar sus informes finales sobre los resultados de la Comisión que ha investigado los atentados terroristas del 11-M. Los discursos de partido siguen en los mismos términos que abrieron y cerraron la investigación y, por esto mismo, abundan en el fracaso congénito de una Comisión cuyo desarrollo y término se ha ajustado a las posiciones iniciales. No obstante, cabe apreciar que las conclusiones escritas incluyen ciertas modificaciones que merecen atención. Sobre todo, en la medida en que podrían implicar un doble gesto del PSOE por alejarse del extremismo de ERC -que ha pedido las reprobaciones de Aznar y otros miembros de su gobierno- y por rebajar la tensión con el principal partido de la oposición. El hecho es que el PSOE no incluye en sus conclusiones las acusaciones de «imprevisión» y de «engaño masivo», aunque sí considera que hubo «falta de tensión», «infravaloración de riesgos» e «información equívoca y tendenciosa» entre el 11 y el 14-M. Mejor así, rebajando el grosor de las imputaciones, porque, con ETA poniendo coches bomba en Madrid, sería muy arriesgado para el Gobierno socialista perseverar en la «imprevisión» del anterior gabinete ante el 11-M.

Es probable que estos matices no sean más que movimientos tácticos en corto, sin más alcance político, sobre todo porque no implican una rectificación de las acusaciones que ahora se silencian en las conclusiones. El PSOE podría estar asumiendo coyunturalmente un papel institucional, condescendiente con el PP, para frenar el daño a su imagen tras la manifestación de las víctimas del terrorismo. Por otro lado, es una manera de soslayar el comportamiento del PSOE el 13-M y su responsabilidad por contribuir a la quiebra de la jornada electoral y al acoso antidemocrático a las sedes del PP.

En todo caso nunca sobra un receso en la crispación, aunque los asuntos centrales de la Comisión del 11-M sigan siendo objeto de polémica, en ciertos aspectos justificada. La atención a las comparecencias ha permitido a la opinión pública hacerse una idea de los hechos sucedidos entre el 11 y el 14-M. Algunos comparecientes aprovecharon la ocasión para rehacer su biografía en esas jornadas, pero aquí sólo vale lo que se puso por escrito o en cauces oficiales para que el Gobierno del PP se formara su criterio e informara a los ciudadanos. Es en este punto donde las posiciones son irreconciliables y donde se hará imposible el acuerdo. Cabe aceptar que la política informativa del Gobierno de Aznar no fue acertada en esos días, que hubo un exceso de afirmaciones rotundas -aunque ninguna tanto como las del lendakari Ibarretxe a primera hora del 11-M- y que faltó más empatía con la oposición. También es cierto que el paso del tiempo permite jugar con ventaja a los acusadores. Pero de ahí a sostener que el Gobierno de Aznar manipuló la información policial o que trasladó a la opinión pública datos contrarios a la investigación, es, sencillamente, una acusación falsa. Es la diferencia que hay entre el error y la mentira.

Desde el PP, el cierre de la investigación se percibe como el carpetazo para no conocer realmente lo sucedido. Hay cuestiones pendientes de aclarar, sin duda, y el veto a las últimas comparecencias y a los documentos solicitados por el PP (relacionados con hechos tan llamativos como las andanzas del socialista Fernando Huarte o los posibles contactos carcelarios entre islamistas y etarras) es, en este sentido, una decisión errónea del PSOE y sus aliados. Pero tampoco le conviene al PP dejar esta Comisión con la impresión de que aún vive escarnecido por aquellos días, aunque ya no es discutible la intención de los terroristas de provocar la crisis política que finalmente consiguieron y a la que los populares se refieren en sus conclusiones cuando reprueban a los socialistas por «instrumentalizar los atentados con réditos electorales». Insistir en otros capítulos paralelos que, por ahora, no han conducido a ningún resultado cierto, si no contraproducente para el propio PP (como las supuestas negligencias policiales en el seguimiento de los que luego fueron autores del atentado), transmite una imagen negativa de ansiedad para un partido al que, como opción de gobierno, le resulta más propio -y, en estos momentos precisos, más necesario- ocuparse del presente y del futuro de España.

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