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ABC Cultural

Recital de Los Recitales

Sería por emular a ZP en el ruedo de Vistalegre y a Rajoy en La Coruña en este arranque de campaña de las europeas, por imitar la vocación mitinera de los políticos, por lo que fuere, pero el mitin de la jornada dominical lo dieron en serio Curro Díaz, Iván Vicente y Ambel Posada con la corrida de Los Recitales en la dura arena de Las Ventas. En lugar de un recital, un mitin. ¡Pues anda que no va diferencia! Y los toros de Los Recitales eran de recitar el toreo en verso. Los tres primeros. Sobre todo segundo y tercero. Y ya vendrán los matices.

Sería porque no se esperaban una corrida tan a modo, el milagro de que en la Monumental de Madrid, en pleno San Isidro, se aprobasen toros de tan limitado y desigual remate. Sobre todo primero y segundo. Con sus caras, eso sí. Línea Osborne. Si se los traen las figuras ni los desembarcan...

Sería porque no se lo creían, el milagro, digo, y por descreídos perdieron la fe en los toros, blanditos de salida, sobre todo primero y segundo, y luego en sí mismos y en el temple. ¡Ay, el temple! Santa palabra. ¡Qué recuerdos de El Viti a finales de los setenta! ¿Qué hubiera hecho don Santiago Martín con el torito que estrenó la tarde, un poco rebrincadete por la falta de fuerza? ¿Uno por serie como Curro Díaz, a lo sumo dos limpios, o hubiese ejercido de enfermero majestuoso con el bálsamo de la templanza en vez de estar pendiente de estudiarse y componerse? El remate, y punto final, fue un tirón, que provocó que la embestida se clavase en el piso. Sin palabras para los sablazos con que lo despachó.

No paró de crecer desde su flojedad inicial el bajo primero del lote de Iván Vicente, y no fue gracias precisamente al temple torero, sino a su noble bravura. Cuando ya se había afianzado perdía las manos por la falta de tacto de una muleta que no hallaba el punto ni la velocidad. Vicente se nubló en una faena sin estructura, y terminó por olvidar la noción del tiempo y su buen concepto. Dos avisos por dos orejas...

Ambel Posada dispuso de un tercero cinqueño, rematado y apretado en perfectas hechuras. Sangró hasta la pezuña en un par de puyazos bien administrados por Paco Martín, sin miramientos pero sin saña. No dobló el encastado toro una mano, y embistió pronto, vivo, franco. Posada lo acompañó siempre a su altura, sin someterlo de veras. O sea, sin torearlo. Porque cuando se la echó por abajo el toro respondió con una profundidad extraordinaria. Brilló sólo en pasajes, una trincherilla, una trinchera, un trincherazo, todo lo que fuera recortar el viaje...

El noblón cuarto sirvió por el derecho pero sin igual empleo: sacaba la cara a media altura. Díaz se desabrochó el chaleco como gesto de arte y querer... Después, a mitad de obra, dibujó la serie más larga y redonda. Apuntes, apuntar sin disparar y la nefanda espada.

El hermano de Iván Vicente, Héctor, cuajó un tercio de varas superior al quinto, parche de Fernando Peña, que lo dejó como una malva. Se movió, dejó estar, sin clase, pero...¡ay, la clase, Iván!

No mereció la corrida de Los Recitales la guinda del rebrincado último. Ni esta terna, claro. ¡Qué mitin!

Más información en Especial Feria San Isidro.

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