«Cinderella man»: Con la dignidad en un puño y con las tripas en el otro
«Cinderella man»
| (((( | EEUU. 2005 | Director: Ron Howard | Intérpretes: Russell Crowe, Renée Zellweger, Paul Giamatti |
Llevaba Crowe años dando telefonazos por aquí y por allá en busca de este proyecto. Quería filmar una loa de la grandeza del ser humano, tanto mental y espiritual como físicamente. Así que se cogió a su amigo Ron Howard y, al igual que en «Una mente prodigiosa», se metieron en los vericuetos del cerebro humano para buscar los mecanismos que pongan en pie la voluntad y la firmeza del hombre cuando el cielo se estrella sobre su cabeza. En este aspecto, nada mejor que la vida de James J. Braddock, un boxeador de segunda fila de los años 30 que ve agrandada su figura en esta obra perfilada por los dos cineastas. En realidad, Braddock no era ningún talento, sino un púgil discreto que supo aprovechar una laguna de estrellas para buscar un hueco y meter su figura granítica entre los grandes. Es cierto que tuvo un mérito indudable en aguantar el chaparrón de la depresión para luego salir hacia la cumbre, pero aquí Howard ha ampliado sus habilidades boxísticas hasta el infinito.
Empero, eso no quita valor a la película, una joya de artesanía que se apoya en el trabajo amplio, concienzudo y lleno de talento de Russell Crowe. Es cierto que el tipo suele caer como una daga envenenada en la yugular, pero su rigor interpretativo es brutal. El clásico actor al que si se le abre un mínimo la espita de una buena historia la llena con la robustez de un trabajo hecho con las tripas. Aquí lo acapara todo con esa mirada peligrosa, de animal herido pero a la vez fiero e irreductible, con mucha mala leche interior y tan firme como el propio Braddock. Entrañable en el entorno familiar, pero duro como un mazo en cuanto sale al ring para buscar con sórdida rabia las habichuelas de cada día.
El filme tiene rigurosidad y la grandeza que le confiere ese aire enviciado de las sucias calles y la atmósfera corrompida por la pobreza y la desesperación. Aunque adolece de los clásicos problemas del boxeo llevado al celuloide (esos golpes nítidos que llegan al rostro no dejan a un púgil en pie, un error que sólo la muy infravalorada «The boxer» eludió con la facilidad de un Whitaker cualquiera), tiene otros muy altos valores, entre los que entra la interpretación, no sólo la ya habitual de Crowe, camino otra vez del Oscar, sino también la del talentoso Paul Giamatti, actor en alza, y del gran Bruce McGill, un secundario de lujo.
El resto -las sombras, la humillación, el dolor y la desesperanza- te lo estampa Crowe en la cabeza con la potencia de un «crochet» devastador.
Formidable actuación de Russell Crowe en un trabajo hecho con las tripas
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