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Bernat tunea su currículum

¿A qué viene tanto aspaviento porque el bueno de Bernat se haya tuneado el

¿A qué viene tanto aspaviento porque el bueno de Bernat se haya tuneado el currículum? Si las macizas que posan para las revistas de papel cuché tienen derecho a que les tuneen la jeta con photoshop, ¿por qué un ministro de progreso no va a tener derecho, cuando posa para los incautos que gobierna, a tunearse el currículum, hinchando sus méritos académicos? Me encanta el verbo «tunear», porque en él se demuestra el genio del idioma: a la asimilación del anglicismo «tuning» (personalización del automóvil, mediante mejoras mecánicas que lo hacen diferente y único), se añade la reminiscencia del españolísimo «tuno» o «tunante».

Tunantes que se han querido hacer pasar por quien en realidad no eran siempre los ha habido, desde que el mundo es mundo. Ahí tenemos al lampiño Jacob, que para que su padre Isaac, ciego y achacoso, lo confundiera con el velludo Esaú, se cubrió el brazo con una piel de cabritilla. El bueno de Bernat era un «miembro de la Comparsa de Moros de Onil» -esperemos que en esto, al menos, su currículum no esté tuneado- que un día se cubrió con la piel de cabritilla de destripador de embriones y descubrió que daba el pego. Y así, cabritilleando, cabritilleando, se le ocurrió que podría hacerse unos retoquitos en su currículum: que si un decanato por aquí, que si un compadreo con Premios Nobel por allá, que si un «autoexilio» en Singapur por acullá... Y, puesto a cabritillear, el bueno de Bernat dijo un día a los diabéticos que, en destripando unos cuantos miles de embriones, pondría remedio a sus males; remedio que, desde luego, los diabéticos deberán esperar sentados y con la insulina a mano. Alguien pensará que esto de jugar con la esperanza de los enfermos, más que piel de cabritilla, es cabronada de cuerpo entero, pero el bueno de Bernat podrá alegar que no tiene la culpa de que la gente sea tan crédula. Pues sólo se engaña quien desea ser engañado; o quien, como Isaac, padece ceguera.

Que siempre hay gente dispuesta a dejarse engañar con las imposturas más rocambolescas lo demuestra Borges en «El impostor inverosímil Tom Castro», un relato recogido en su Historia universal de la infamia. Habrá quienes crean, a la vista de su currículum tuneado, que el bueno de Bernat es un impostor de libro, pero él siempre podrá excusarse diciendo que no se hace responsable de los paralogismos o razonamientos falsos de la gente crédula. El bueno de Bernat, por ejemplo, escribe en su currículum que comenzó su formación investigadora «junto a los profesores Edwin Neher y Bert Sakman, Premio Nobel de Medicina en 1991»; ese «junto a» puede querer decir que compartían microscopio, pero también que se cruzaba con ellos en los pasillos. El bueno de Bernat se limita a ponerse la piel de cabritilla; y luego ya depende de la ceguera de Isaac que su ambigüedad induzca al paralogismo.

Otra posibilidad es que el bueno de Bernat haya tuneado su currículum con el único propósito de impresionar a Zapatero. Del mismo modo que Frank Abagnale, el célebre impostor inmortalizado por Leo DiCaprio en la deliciosa «Atrápame si puedes», se hacía pasar por piloto para beneficiarse a las azafatas, el bueno de Bernat podría haber tuneado su currículum para beneficiarse a Zapatero. Como nos acaba de revelar Zerolo, el trato con Zapatero procura unos orgasmos superferolíticos; pero Zerolo es un muchacho de barrio que merienda nardos y se conforma con disfrutar de orgasmos estrictamente fisiológicos. En cambio, el bueno de Bernat es un scholar exigente al que sólo excita la consecución del Nobel; y, tal vez yendo de la mano de Zapatero, algún Nobel le caiga en la pedrea. A fin de cuentas, si Zapatero es acreedor al Nobel de la Paz por negociar sin resultado con etarras, ¿por qué no habría de ser el bueno de Bernat acreedor al Nobel de Medicina, después de haber destripado en vano tantos embriones?

El divino Dante sitúa a los falsarios en el octavo círculo del infierno; allí, cubiertos de llagas, se rascan como perros sarnosos, «por la gran rabia del picor» que los aflige. A un tuneador de su currículum como el bueno de Bernat, falsario venial a la postre, Dante se habría conformado con dejarlo en el purgatorio, donde podría rascarse con otro famoso correligionario y tuneador de su currículum, aquel inefable Luis Roldán de los gayumbos de lunares.

www.juanmanueldeprada.com

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