El Gobierno, en caída libre
JOSÉ Luis Rodríguez Zapatero empezó 2006 como lo concluyó: sumido en una enorme incertidumbre, ofreciendo una desoladora sensación de debilidad y demostrándose incapaz de transmitir a la sociedad un
JOSÉ Luis Rodríguez Zapatero empezó 2006 como lo concluyó: sumido en una enorme incertidumbre, ofreciendo una desoladora sensación de debilidad y demostrándose incapaz de transmitir a la sociedad un mensaje de seguridad y eficacia en su acción del Gobierno. El balance de su gestión durante el año que ha concluido resulta, como mínimo, preocupante. No en vano, comenzó en enero con una solución precipitada y plagada de parches para rescatar de la agonía al Estatuto de Cataluña, cuya constitucionalidad está aún por definirse; y terminó en diciembre con dos asesinatos de ETA y con la euforia de quienes habían creído ver próximo el final «dialogado» de la banda sepultada bajo miles de toneladas de escombros en la T-4 del aeropuerto de Madrid-Barajas.
En el primer caso, Zapatero se vio empujado a implicarse personalmente para amortiguar el importante deterioro que estaba causando al PSOE la deriva de su alocado «debate territorial», algo que, si bien supuso el desbloqueo de un Estatuto bajo mínimos, también desencadenó con rapidez una grave crisis con ERC que concluyó con un adelanto electoral en Cataluña, con la prematura jubilación de Maragall y con un golpe a traición a CiU, que otra vez se ha quedado sin despachos en la Generalitat. En el segundo caso, Zapatero todavía no ha ofrecido públicamente ningún indicio sólido de cómo piensa reorientar su estrategia, ni de si retornará a la disciplina del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, que él mismo impulsó para luego abandonarlo. Su compromiso es informar acerca de ello dentro de una semana en el Congreso. Pero, para entonces, ya habrá transcurrido más de medio mes desde el atentado etarra y, entre tanto, sus silencios no dejan de resultar inquietantes para partidos que, como el PP, le han tendido la mano un vez que se ha constatado -esto sí ha quedado plenamente acreditado- que ETA no tiene reparo alguno en seguir matando.
Los meses transcurrieron también sin que Zapatero consiguiese que otras iniciativas políticas calasen en una mayoría de la sociedad. Sólo las cifras del notable crecimiento económico y las razonables tasas de empleo conceden un respiro al Ejecutivo. Entre medias, quedan un enfriamiento jamás visto de las relaciones de un presidente con el líder de la oposición; una caótica política de inmigración resuelta muy desfavorablemente para España, ejecutada a golpe de improvisación y sustentada en la evidencia de un incontrolado efecto llamada; una densa crispación social por el empeño en aprobar una ley de memoria histórica no pactada y rupturista con el espíritu de la Transición; una desorientada política exterior, desprestigiada más aún por el fiasco de su vacua «alianza de civilizaciones»; una política caótica de vivienda, y errática en materia de educación y cultura; o un desmesurado intervencionismo en distintos hábitos sanitarios y de consumo. A ello debemos sumar el aumento de la alarma social por el incremento de una delincuencia organizada extremadamente violenta; el desenfoque político en la lucha contra los malos tratos, o el retorno de escandalosos casos de corrupción urbanística. Sirvan asimismo otros dos episodios como ejemplos de la levedad y las limitaciones con que habitualmente se maneja Zapatero en la toma de decisiones: sendas crisis de gobierno en muy poco tiempo (entre abril y septiembre, las salidas de Bono y Montilla, a la espera ahora del turno de López Aguilar) y el despropósito en que el presidente del Gobierno convirtió el proceso de elección del candidato a la alcaldía de Madrid. En su haber, dos negociaciones relevantes: un nuevo acuerdo Estado-Iglesia católica para reformar la financiación de ésta; y la ley de Dependencia, llamada a constituir un hito en nuestro sistema de ayudas sociales. No obstante, es ya una evidencia que la legislatura tocará a su fin sin cumplir con compromisos trascendentales en lo cualitativo: sin reforma de la Constitución y, por ende, del Senado; sin nueva ley del Tribunal Constitucional; y con la renovación del sistema de financiación de las autonomías aplazado para mejor ocasión.
En estas condiciones, cobran especial sentido las conclusiones de la segunda parte del sondeo que Metroscopia ha realizado para ABC tras romper ETA su alto el fuego: Zapatero sufre un desplome en la intención de voto que, en la práctica, sitúa al PSOE en un empate técnico con el Partido Popular. La experiencia de los últimos meses, y la propia realidad hoy, obligan a Zapatero a una profunda autocrítica porque su gestión deja traslucir importantes deficiencias que el ciudadano percibe con nitidez. Su proyecto cae por su propio peso.
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