editorial
Una comparación odiosa
De Salvador Illa se esperaba algo más que una adhesión vulgar y repetitiva a los pobres eslóganes de su partido y sus socios contra el PP en Madrid
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Iniciar sesiónEl presidente de la Generalitat de Cataluña, el socialista Salvador Illa, pasa por ser un político sensato, de buenas maneras y de predisposición al diálogo. Un contrapunto, teóricamente, a la exaltación de sus predecesores nacionalistas. Sin embargo, es probable que Illa haya sido víctima ... del sanchismo, que deteriora la calidad política de todo cuanto absorbe, porque su ataque a la Comunidad de Madrid no es coherente con esas credenciales que lo adornaban. Normalmente desaparecido en las negociaciones de Pedro Sánchez con Carles Puigdemont, Illa ha salido a la palestra para criticar la insolidaridad de la región madrileña y calificar como «dumping fiscal» la política de rebajas de impuestos que aplica la presidenta Isabel Díaz Ayuso. El ataque de Illa es una pura y evidente maniobra de distracción, una cortina de humo sobre la propuesta de financiación singular que va a recibir Cataluña y que dará a la Generalitat un hacienda propia y una soberanía fiscal progresivamente similar a la de los territorios históricos vascos. Como si fuera la campanilla del reflejo de Paulov, en cuanto la izquierda ha oído hablar de Madrid, se ha lanzado a secundar las críticas de Illa. La vicepresidenta Yolanda Díaz y la ministra Diana Morant sumaron este lunes sus voces a la del presidente catalán, sin aparente preocupación por la irrelevancia política en la que ambas se están consumiendo. La izquierda se justifica atacando a Madrid porque representa la síntesis de sus fracasos para derrotar a Díaz Ayuso. De Illa se esperaba algo más que esta adhesión vulgar y repetitiva a los pobres eslóganes de su partido y sus socios contra el PP en Madrid.
El problema para Salvador Illa es que sus críticas van más allá de una mera comparación de datos fiscales y de solidaridad interterritorial entre comunidades, en la que Madrid no recibe lecciones de nadie. Es una temeridad que el presidente de un Gobierno autonómico que va a recibir una hacienda propia en detrimento de la igualdad de todos los españoles se ponga a hablar de solidaridad. Y es una temeridad que Illa no mida el alcance que puede tener la respuesta a la pregunta de lo que Madrid y Cataluña aportan al conjunto de España. Una respuesta que trascendería de lo económico para entrar de lleno en los conceptos, muy superiores, de lealtad al Estado, estabilidad política, respeto a las leyes, acatamiento de las sentencias y protección de los derechos ciudadanos. Desde hace dos décadas, las políticas aplicadas por los gobiernos socialistas y nacionalistas de Cataluña no han hecho otra cosa que alimentar el conflicto con el resto de España. Desde la reforma estatutaria soberanista impulsada por Pasqual Maragall a los pactos confederalistas de la investidura de Sánchez, Cataluña ha sido forzada por sus dirigentes a interpretar un papel disruptivo en la convivencia política. La Generalitat tiene a un expresidente fugado en el extranjero y con una orden de detención emitida por la Sala Segunda del Tribunal Supremo.
A Illa le ha sobrado sumisión a Sánchez y le ha faltado prudencia como presidente catalán. Su función podría no ser la de ocupar el espacio embarrado que está dejando el agónico inquilino de La Moncloa. Pero, si opta por jugar esa baza, Illa puede convertirse a corto plazo en otro de los damnificados del sanchismo. Mejor haría en centrarse en la situación de Cataluña, en sus servicios públicos, en su deuda financiera y en el auge de la extrema derecha xenófoba, ausente en un Madrid al que cada día quieren ir más trabajadores y familias. Las comparaciones son odiosas.
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