... Y entró en la historia
Doblan a muerto las campanas del orbe católico. Los ojos del mundo se han vuelto hacia Roma como nunca hasta ahora. El Papa que vino de lejos, el que fue actor y minero en su juventud, el que luchó contra el nazismo y contra el comunismo, el que defendió a los débiles y a los oprimidos, el que, sin necesidad de ejércitos vaticanos por los que preguntaba Stalin, vio desmoronarse el muro de Berlín y el entero bloque soviético, el de la palabra exacta y viva, el que convocaba a los jóvenes a millares, el más firme defensor de la paz, el enamorado de la Virgen, a la que se consagró todo de ella, el de la fe robusta, ha entrado en la Historia.
Nunca estuvo la Iglesia en sus dos mil años de existencia más latiente y universal que durante su Pontificado. Juan Pablo II era un agitador de conciencias al que no asustaban ni los atentados, ni los viajes interminables, ni el derrumbamiento de la salud ni la propia muerte a la que hizo frente con una valentía de cristiano admirable. Como Cristo llevó su cruz hasta el final en una entrega apasionada y amorosa a su misión en la tierra.
Por eso ahora doblan las campanas del mundo. Porque ha muerto un Pastor irrepetible, un Papa que hizo carne la santidad de su nombre y que inculcó a los creyentes la fuerza y el orgullo de no tener miedo.
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