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Sintomático Ardanza

El ex lendakari José Antonio Ardanza no asistió al acto que reunió en Ajuria Enea a los otros dos presidentes del Gobierno vasco, Carlos Garaikoetxea y Juan José Ibarretxe. La disidencia interna en el PNV, con la sola excepción de los alaveses Guevara, tiene corto el recorrido. Sus palabras y sus gestos, sus discursos y sus discrepancias nunca dan de sí lo suficiente para saber si están o no están realmente de acuerdo con la estrategia soberanista impuesta por Arzalluz, Egibar e Ibarretxe. Siempre es precisa una labor de interpretación, que integre los silencios de unos y las ausencias de otros. La falta de sentido común en el nacionalismo provoca esa ansiedad por encontrar una mínima manifestación de cordura.

A pesar de todas las limitaciones que los propios críticos o disidentes imponen a su libertad de expresión, algo comprensible si la respuesta es el insulto grasiento de Arzalluz, Ardanza viene dando muestras de que en el PNV no todo es unidad granítica. Sin duda alguna, la historia será grata con Ardanza por su reacción tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, cuando hizo pública promesa de no pactar nunca con sus asesinos ni con HB, a los que llamó «cómplices» del crimen, aunque pondrá al plan de «normalización política» que llevaba su nombre en el capítulo de la argucia soberanista. Pero justo es reconocer que el reciente discurso de Ardanza en la Real Academia de la Historia permite confiar en que aún guarda algo de aquella dignidad que le hizo líder en los trágicos días de julio de 1997. Sin embargo, de poco sirvió aquel fugaz encumbramiento de la figura del lendakari, porque para el PNV aquello fue un error, al no percibir los peligros que suponían para el nacionalismo los movimientos sociales de protesta que entonces surgirían. Los pactos con ETA y HB apenas tardarían un año en llegar y con ellos toda una política de ruptura social e institucional, con la que Ardanza no puede sentirse solidario, salvo que haya perdido toda su autoestima, algo que a veces exige —Ibarretxe lo sabe— la disciplina cuartelera que impone el Euskadi Buru Batzar de Arzalluz y Egibar. Ya se ha visto que las consecuencias de estos desencuentros nunca tienen corto plazo, están reprimidas por el concepto tribal que el PNV tiene de sí mismo y sólo si incuban una verdadera masa crítica acaban en forma de escisión. La interpretación benévola es, por un lado, convertir a Ardanza en la imagen de una posible rectificación del nacionalismo, siempre condicionada a que sufra una derrota electoral el 13-M, y, por otro, pensar que aún hay dirigentes nacionalistas con los que es posible compartir una política de autogobierno estatutario y constitucional. Sería volver a la tradicional pugna entre los maximalistas y los posibilistas del PNV, aunque, por ahora, y a la vista de los resultados de éstos últimos habría que decir aquello de que ni están ni se les espera.

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