HAY COSAS QUE NO CAMBIAN
Muchos fueron los que contemplaron con cierto recelo el regreso a los escenarios de un personaje como Arthur Lee, recién salido de la cárcel. ¿Trataba de ganarse un dinerillo postrero para pagarse una poco digna jubilación? La cosa es que llegó, vio y venció. Aquel concierto que ofreció en junio de 2002 permanecerá en la memoria de cuantos allí estuvieron. Hubo también rechinar de dientes y lamentaciones, la de aquellos que tienen como disco de cabecera «Forever Changes» y que les pusieron reparos para acercarse a la sala Arena. Pero sus plegarias fueron escuchadas, y el excéntrico guitarrista y vocalista de Love estuvo de vuelta.
Nueva entrega en directo del susodicho título, de la cosecha de 1967, y que ha quedado para la historia como una de las joyas que ha dado el género pop. Psicodelia, folk, mariachis, guitarra española... todo junto en un alarde de anticipación a los nuevos tiempos fusionantes. Arthur Lee, único miembro del quinteto que queda en activo (las vicisitudes que han padecido el resto de sus compañeros y él mismo podrían ocupar un libro entero cuyos capítulos dejan en calzones la ficción) se dedica básicamente ha reproducir «Forever Changes» en sus giras, e incluso lo ha vuelto a grabar en directo. Podría parecer una reiteración poco ética, pero es tanta la fuerza de esas canciones que resulta todo un lujo escucharlas en vivo, y viajar a una época donde se produjo una verdadera eclosión de creatividad.
Y si aquel primer concierto en Madrid fue memorable, ahora al viejo Arthur se le ve más suelto todavía. Las versión de «A house is not a motel» fue gloriosa. Estirada, troceada y vuelta a reunir, con el jefe de filas dándole a la armónica y retorciéndose en el escenario. No había trompetas ni violines, como ocurre en las versiones originales, con lo que se pierde sutileza pero se gana en energía básica, sureña. Gracias, sobre todo, a una banda muy rodada, con un guitarra solista, Mike Randle, que era para quitarse el sombrero, como hacía de vez en cuando Arthur Lee para enseñar su pañuelo enfundado en la cabeza. Un auténtico hippy que cogía la guitarra, las maracas, la armónica, la pandereta y lo que hiciera falta, y que gritaba «freedom» como un poseso en su tambén estupenda revisión de «The Red Telephone».
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