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Si consigues llegar, no querrás irte

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Mentapicada

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Entras en Zarabanda  y por un instante crees que estás es un restaurante de un pueblecito de una de esas islas griegas que tanto te recuerdan a tus vacaciones. Una sonrisa amable y no forzada te acompaña a la mesa y esa misma sonrisa, ... tan cálida como los colores de las paredes, los manteles blancos y la madera clara, te acompaña toda la sobremesa transmitiéndote tranquilidad. Es sorprendente que un espacio tan pequeño, llevado por una sola persona que se multiplica de forma eficaz y de forma calmada, resulte tan cálido, familiar y acogedor. Y eso que el calor definitivo te viene de la cocina (bueno, el calor… y el olor que es lo único definitivamente mejorable de Zarabanda)

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