Análisis
BNG-Anova: más que un regreso, una rendición
Los que se fueron dando un portazo en Amio son los mismos que regresan ahora por la puerta de atrás

Una de las fotos de la crónica política de este año va a ser, sin duda, la del pasado domingo con el abrazo de Ana Pontón y Xosé Manuel Beiras. El 'retorno' a la casa común del nacionalismo de Anova, rezaban las crónicas. Vercingetórix entregaba ... las armas con más gracia, desde luego. No es una reconciliación, es una capitulación con todas las letras, una rendición forzada por las circunstancias: las de un BNG al alza y las de una corriente de diagnóstico difuso.
Anova ha sido, de largo, una de las mayores ficciones de la política gallega en los últimos años. Nunca se ha podido saber cuál era su capital político real, su peso electoral, su fortaleza dentro de la sociedad gallega. Nunca se presentó en solitario a unas elecciones que permitieran saber su músculo, su impacto, su capacidad de penetración. ¿Cuántos militantes tenía? ¿Cuántos votos? ¿En qué se diferenciaba su ideología del BNG? ¿Qué implantación territorial real? Todo fue siempre nebuloso, confundido en el humo de los cigarrillos de Beiras, el tótem que ejercía de táctica de despiste para no ir más allá de sus formas tan abruptas como anticuadas.
Todas las maniobras electorales de Anova han ido siempre envueltas en confluencias del más distinto signo, en las que podía caber el nacionalismo radical de la FPG de Méndez Ferrín o la izquierda federalista española de IU o Podemos. Un potaje de siglas que se aprovechó de distintas coyunturas para abrazar un cierto éxito electoral con AGE, y culminarlo con En Marea. La impresión es que Anova no fue sino un chute de esteroides para las distintas operaciones políticas de Yolanda Díaz, que le sirvieron para catapultarse a Madrid. Beiras y los suyos escarmentaron hasta tal punto que se negaron a apoyar a Sumar en estas elecciones autonómicas.
El caso de En Marea es digno de estudio: nunca un capital político tan notable –¡llegaron a ser segunda fuerza en el Parlamento!– se dilapidó a esa velocidad. Desaparecieron en apenas cuatro años, de la misma manera fulgurante en que nacieron. Y en el descarrilamiento tuvieron mucho que ver tanto Beiras y Anova como Yolanda Díaz, empeñados en convertir a un juez en una marioneta de sus propios intereses. Y Luís Villares se negó, claro.
Poco a poco, Anova fue diluyéndose en la nada. De corriente rebelde del BNG que se emancipó en la ya lejana Asamblea de Amio de 2012 a sigla olvidada por el elector, ausente de procesos como las generales o las autonómicas. Y de esa soledad llega la decisión de llamar a la puerta de un BNG, regido y teledirigido por el mismo partido que en Amio, pero ahora en una posición mucho más relevante.
La claudicación de Anova es una victoria para la ortodoxia de la UPG, el aparato que sigue controlando el Bloque con mano de hierro aunque le conceda a Ana Pontón concesiones a la moderación y la sonrisa. De Amio salió la consigna de refugiarse en las esencias y rehuir toda confluencia y heterogeneidad. Doce años después, la resistencia da sus frutos. Los que se fueron dando un portazo en Amio son los mismos que regresan ahora por la puerta de atrás, sometidos y cabizbajos. Perdieron el pulso y la legitimidad para criticar. El BNG ha ganado la partida.
Y frente a la propuesta supuestamente abierta y amable que está vendiendo el BNG para estas autonómicas, el documento firmado con Anova habla a las claras de ahondar en el soberanismo como freno a no se sabe bien qué «neoliberalismo colonizador» y qué «derechas extremas». Vaya, una hoja de ruta que no dista mucho de lo que Bildu, Junts o ERC predican en sus respectivos territorios. Tampoco hay sorpresa: dos de estos tres partidos son aliados del Bloque en las europeas.
Definido el escenario nacionalista, ahora debe mover ficha el centro-derecha gallego. Al PP cabe exigirle una tarea no solo de pedagogía sobre lo que representa el nacionalismo –el discurso excluyente, la confrontación victimista como eje vertebrador, el rechazo al proyecto común de todos los españoles, la cultura y la identidad como elementos falsamente legitimadores– sino de construcción de un proyecto propio ilusionante y robusto. A este nacionalismo se le debe vencer con argumentos y no con caricaturas.
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