'Condenados relatos', de Carlos Quílez: «La cárcel iguala a Sandro Rosell y a un atracador»
Historias de presos y expresos, algunas de puño y letra de sus protagonistas, son el eje del último libro del periodista de sucesos y tribunales
El homicidio de Esther López: un arrebato en caliente y teatralizado

Andrea no vive en este mundo desde el día en que la Policía le confirmó que su padre estaba muerto, abrasado, carbonizado, asesinado y que el autor de los hechos había sido Juan Cortés, su novio, el novio de aquella joven de ojos azules. Andrea ... Pita tiene 25 años y es la protagonista a su pesar del escalofriante relato 'Eres mía, o la muerte'. Relato porque así lo define su autor, el periodista Carlos Quílez, que narra una historia tan dolorosamente real que ahoga, la de una víctima de malos tratos que cuando por fin se atrevió a acabar con su calvario lo pagó a un precio inimaginable: «Tengo la sensación de que la moneda con la que pagué mi seguridad y la de mi hija fue la vida de mi padre», cuenta la víctima. «Cuando estaba escribiendo ese capítulo tenía que parar porque se me disparaba el corazón», admite Quílez.
La historia de Andrea forma parte del libro 'Condenados relatos (más mala vida)' (Ed. Alrevés), en el que se alternan historias criminales que el veterano periodista de sucesos y tribunales ha conocido de primera mano «y en ocasiones sufrido», con textos escritos de puño y letra de presos y expresos.
Rosa Peral: soy inocente
Por sus páginas desfilan delincuentes ya olvidados o muertos como el violador de la Vall d'Hebron, José Rodríguez Salvador, junto a reos de postín, léase el expresidente del Barça Sandro Rosell o la mediática asesina Rosa Peral. «Pasé casi dos años de mi vida en prisión, de manera injusta, víctima de la corrupción de las cloacas del Estado, pero para este escrito esto no importa, o quizá sí», escribe Rosell. Sus palabras supuran dolor cuando habla de su amigo Joan Besolí, encarcelado junto a él: «Para que fuera creíble mi persecución necesitaban involucrarle a él. Cuento esto porque quince días antes de nuestra detención, el hijo de Joan tuvo un accidente de tractor que le dejó paralítico del tren inferior (...) No solo entraba en prisión de manera injusta (...) sino que además dejaba solo, con su madre, a su hijo postrado en una cama del hospital». Quílez toma partido: «Sandro Rosell estuvo dos años en prisión preventiva por un delito que no cometió. ¿Quién se los va a devolver?».
El autor elige a 18 compañeros de viaje «que saben mucho más que yo de eso que llamamos 'la mala vida'. Lo saben porque la han fabricado, vivido y sufrido y, en todos los casos, en primera persona».
La guardia urbana Rosa Peral, condenada a 25 años de prisión por el asesinato de su pareja, proclama su inocencia una y otra vez en el texto que escribe; se revuelve y dispara sin piedad: «Llegué a creer en una justicia justa (...) Pero no (...) Venimos de una dictadura y estamos en una sociedad patriarcal, donde no hemos evolucionado»; habla de los programas amarillistas, critica a la Guardia Urbana, a su exmarido, la cárcel... «No creo que salga viva de prisión. Solo quiero dormir. Ni me ducho, ni me cambio de ropa. Vivo sin esperanza, esperando la muerte». «La cárcel iguala a Rosell, a un atracador y a un asesino», afirma Quílez, quien al cabo de tantas historias y confidencias de perdedores, «porque el delincuente siempre pierde, pierde aunque gane», sostiene que la mayoría de los malos «no se rehabilitan». «La maldad forma parte de nuestro ADN y es muy difícil extirparla. La sociedad y la estructura penitenciaria, policial, judicial, ayuda bastante poco. Las cárceles son almacenes de personas que han cometido ilícitos, naturalmente, pero no son lugares donde se pueda abordar un proceso de reeducación o resocialización como todos querríamos. El otro día me decía un subdirector que en la prisión donde él trabaja se hablan 23 idiomas. Es muy difícil resocializar a alguien con quien no te puedes comunicar».
«No fui yo, fue la droga»
Y, sin embargo, deja abierta la puerta a la esperanza o casi el deseo de que todo cambie por boca de alguno de sus protagonistas. Jesús Contreras, conocido como el atracador del chándal, asaltó más de 40 bancos y ha pasado la mitad de su vida entre rejas. Ahora, libre, pide otra oportunidad: «No fui yo, fue la droga», relata.
No se exculpa pero pide a gritos que no lo señalen, empezar de nuevo como si en la vida se pudiera volver a la casilla de salida. Escribe él «su realidad» y a continuación cuenta esa misma realidad Mercedes, la mujer que lo lleva aguantando desde los 15 años y que jamás aceptó un euro de los trapicheos de su marido; la misma que le arrancó una jeringuilla del brazo y lo salvó por enésima vez. Una historia de amor, atracos y droga que podría ser un verso muerto. «Yo quiero hechos y verlo claro de una vez», dice Merche al final de su relato.
Salvador Puig Antich
Quílez reivindica el oficio desde la proximidad con el delincuente, el policía, el juez y la víctima. «Es un libro muy periodístico porque en el caso del secuestro de Olot o en el del anarquista Salvador Puig Antich, por ejemplo, aporto datos que no se sabían, por eso les tengo a ambos especial cariño igual que a 'Manzanita', un guardia civil con el que he tenido una relación de claroscuros, de amor y casi odio, pero que me ha marcado». Apenas se permite licencias. Los protagonistas han deambulado o aún lo hacen por el filo del fracaso y la mayoría opta por quitarse la careta para hablar de libertad o del dolor causado. «El 'true crime' también es periodístico: el material, su lenguaje... Mi lenguaje no es literario, pero necesito meter las emociones: las de ellos y las mías».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete